José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

29 Ene, 2016

Mejor integración fronteriza

La semana pasada asistí a una conferencia organizada por el Centro George W. Bush, en San Diego, para discutir la competitividad de la región integrada por Canadá, Estados Unidos y México, bajo la premisa de que es la zona más competitiva del mundo a partir de la calificación que calcula el propio Centro.

El grupo de trabajo que explora la competitividad de Norteamérica se concentra en tres formas de mejorar su aptitud como líder mundial: un perfil demográfico más favorable que otras zonas que exige mejores niveles de entrenamiento y educación; consolidar el liderazgo del área en materia energética, acelerando la innovación en la materia y mejorando una infraestructura fronteriza obsoleta.

No deja de ser paradójico que mientras los precandidatos presidenciales más taquilleros hasta ahora proponen cerrar a piedra y lodo las fronteras de EU y adoptan una actitud nativista, de rechazo a todo lo que venga de fuera, haya entidades como el Centro Bush trabajando con denuedo en una integración beneficiosa para todos.

Bastante se ha hecho en los 22 años que han transcurrido desde que entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, como lo acreditan las cifras del comercio, pero también es mucho lo que falta por hacerse, lo que es obvio cuando se recorren los linderos entre México y EU.

En la reunión de San Diego fuimos a la frontera para ver algunos proyectos modelo que ya operan o están en vías de hacerlo plenamente. En primer lugar, visitamos las nuevas instalaciones que permiten a pasajeros de México y EU utilizar el aeropuerto de Tijuana, independientemente del lado de la frontera en que se encuentren.

Proviniendo de San Diego, el pasajero llega a las instalaciones de CBX, una moderna instalación de 120 millones de dólares, en el que documenta su vuelo y equipaje, y cruza a México por el puente construido binacionalmente para acceder al aeropuerto de Tijuana, donde pasa seguridad, migración y aduanas antes de abordar su vuelo.

Este proyecto empezó a operar el año pasado y se estima que atraerá entre 1.5 y dos millones de pasajeros en 2016, y aliviará el cruce por tierra, pues casi tres millones de usuarios del aeropuerto de Tijuana provienen de EU, que ahora podrán acceder con mayor comodidad y a menor costo a través de las nuevas instalaciones.

Si bien los arreglos descritos son una bienvenida adición al acceso aéreo del área, pues el aeropuerto Lindbergh de San Diego, a diferencia del Abelardo Rodríguez de Tijuana, carece de espacio para crecer, es una pálida sombra del gran proyecto que se concibió a principios de los 90 en terrenos de ambos países, como un aeródromo binacional para competir con Los Ángeles, que el entonces secretario de Comunicaciones, Andrés Caso Lombardo, vetó diciendo, “¡lo harán sobre mi cadáver!”

A continuación visitamos la aduana mexicana operada por agentes aduanales de ambos países en la Mesa de Otay, lo que evita la costosa doble revisión de la carga proveniente de nuestro país. Además, se nos hizo una presentación en las modernas instalaciones de El Chaparral sobre cómo las autoridades migratorias procesan a miles de indocumentados que semanalmente son deportados por allí desde EU.

Acto seguido, fuimos a Tecate a visitar la primera planta eólica binacional construida en el ejido Jacume, sobre una superficie de cinco mil 200 hectáreas no susceptibles de explotación agrícola —según se sabe, los ejidatarios se dedican a todo tipo de tráficos ilícitos—, con una inversión de 300 millones de dólares y 50 molinos de viento impresionantes, para abastecer de fluido eléctrico a usuarios en San Diego.

Es alentador observar la construcción de nueva infraestructura que atiende las enormes necesidades en nuestra frontera norte, pero también es frustrante ver la parsimonia con la que se realiza. Ojalá que los trabajos del Centro Bush logren acelerar estos esfuerzos tan necesarios para elevar la competitividad de Norteamérica.

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