Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

17 Dic, 2019

¿Ahora sí eliminaremos lo caduco? Lo dudo

Decía ayer –aquí mismo en Excélsior– que actuamos, aunque no estemos conscientes de lo dañino que es esa tontería y el impacto negativo que significa para el país y su economía, como si toda reforma legal y la aprobación de nuevas leyes o algún tratado, tuvieren poderes mágicos.

En México prácticamente todos, desde el más modesto diputado y el más importante senador, pasando por el poderoso en turno y sus funcionarios para llegar a los más encumbrados sedicentes empresarios, sin dejar de lado a millones de ciudadanos, pensamos que cualquier problema podría enfrentarse y resolverse con el recurso facilón de aprobar una ley o tratado, o con la demagógica y cobarde creación de una comisión.

Sin embargo, por más que se elogie la aprobación de tal o cual ley y/o tratado y la creación de tantas comisiones como usted pudiere imaginar, se requiere mucho más para modernizar al país y lograr crecer a tasas altas durante periodos prolongados.

Es completamente falso que un tratado, por sí mismo, pueda resolver –como dije ayer– problemas estructurales que vienen de muy atrás.  Para lograr eso es necesario –mas no siempre suficiente– eliminar los obstáculos en el andamiaje jurídico los cuales, cuando no impiden, al menos dificultan la modernización de áreas de la economía que se encuentran, para decirlo claro, todavía a principios del siglo XX en materia del andamiaje jurídico que las soporta.

Para que se pongan esas áreas y/o actividades al día y puedan, de esta manera, aprovechar las bondades y el estímulo que representan las nuevas leyes y/o tratados que fueron pensados y redactados con el futuro como guía, es imperativo enfrentar lo caduco del andamiaje jurídico actual. ¿Cómo pensar siquiera, que un tratado que ve al futuro, podría impactar positivamente cuando todavía contamos con decenas de leyes pensadas y aprobadas para un país y un mundo que ya desapareció?

La responsabilidad de mantener vigentes esos obstáculos recae, esencialmente, en la clase política; por el miedo a perder votos en la siguiente elección, los legisladores y sus partidos junto con los candidatos de estos,  voltean para otro lado y prefieren, además de dejar intocadas las leyes que imposibilitan crecer y modernizarnos, recurrir a la demagogia, cuando no a la mentira burda para vender como el mejor de los futuros, el peor de los pasados. 

Hoy, cuando se pretende vender la actualización del TLCAN-NAFTA como el instrumento que traerá inversión y la felicidad eterna, caen nuestros políticos en el error de siempre: pensar que esto se dará de manera automática sin entender –y actuar en consecuencia– que en tanto no enfrentemos problemas como el atraso del soporte jurídico del campo y las rigideces de los mercados laborales por una ley laboral ya sin sentido alguno, las cosas se pondrán peor de lo que hemos padecido este primer año del presente gobierno.

La modernización y el crecimiento obedecen a otras causales, no al poder mágico adjudicado a la actualización del TLCAN.

El pánico a reconocer que hay leyes que debemos cambiar, urgentemente y en serio, nos mantendrá en la mediocridad económica.

 

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