Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

7 Mar, 2019

¿Por qué callamos ante las mentiras de los nuevos poderosos?

En estos poco más de tres meses del presente gobierno, hemos aprendido varias cosas; una, la propensión a mentir —sea por la perversidad del dicente—, o por su ignorancia del tema. Esto último, para decirlo claro, produce las mentiras típicas del que todo lo ignora de un tema, pero jamás reconoce su ignorancia al respecto.

La otra cosa que hemos aprendido en estos casi cien días es, sin duda, la propensión de nuestros opinantes profesionales y comentócratas en general, a permanecer mudos ante las mentiras flagrantes —por perversidad o ignorancia— de los nuevos poderosos, sean estos gobernantes, legisladores o funcionarios.

Por causas de índole diversa, las mentiras se nos resbalan, se dice coloquialmente; las aceptamos con una sonrisa burlona, pero discreta sin atrevernos a exhibirlas. Tal parece que corregir al poderoso que miente por las razones que fueren, es casi el suicidio político o la pérdida de privilegios, confesables o no. También, parece que hay temor que empieza a rayar en el pánico a exhibir las afirmaciones equívocas de aquellos que, dada su renuencia o franco rechazo a la autocrítica, las repiten una y otra vez sin rubor alguno.

Las mentiras en la actual situación de la comunicación son descubiertas y exhibidas, casi en tiempo real; pronto es del dominio público —no únicamente por parte de los profesionales de los medios— que el gobernante, los funcionarios y/o los legisladores de todos los partidos no tienen el menor respeto por la verdad y la obligada objetividad.

Sin embargo, por encima de lo evidente de la mentira expresada, ¿a qué se debe este enmudecimiento colectivo cuando, no hace mucho todavía, estábamos a la espera del siguiente dislate de Peña para hacerlo pedazos, a él, no al dislate? ¿Por qué a Peña jamás se le tuvo el temor que hoy vemos? ¿Qué explica la virulencia de las burlas y los ataques a él y a su esposa y a los seis hijos de ambos? ¿Por qué los que hoy callan ante el nuevo poderoso, no hace mucho se ufanaban de las ofensas que lanzaban en contra del presidente Peña y su esposa? ¿Acaso a aquél y aquélla no les temían, y a la actual pareja presidencial sí?

Usted, ¿a qué atribuye esta actitud vergonzante e indigna por decir lo menos, la cual va más allá de la cobardía actual y la valentía de ayer para exhibir, sin maquillaje alguno, lo que somos y cómo somos, tanto los que nos desenvolvemos en los espacios mediáticos como los que lo hacen los demás ámbitos de la sociedad?

La relación con el poderoso ha estado, prácticamente desde siempre, marcada por la discreción del que hace un favor o concede un privilegio, y por el cinismo y la desvergüenza del que recibe lo que a todas luces está fuera de la ley. Esta relación perversa entre el que compra el silencio o el elogio desmesurado —las más de las veces inmerecido— y el que vende la pluma y la consciencia y la dignidad, ha producido lo que hoy vemos y padecemos: Ayer, valentía casi imposible de entender y hoy, sumisión y aquiescencia ofensiva.

Es de tal profundidad y cinismo la relación mantenida durante decenios entre los poderosos —públicos y privados— y los opinantes, que el mismo Presidente dijo hace días: Merecen más respeto los opositores que los abyectos. Esta frase, inobjetable por lo demás, ¿la entenderán sus babeantes seguidores de ayer y hoy, más que eso, adoradores ciegos y acríticos?

Ante esta realidad —conocida por muchos—, ¿es factible pensar que será cortada de tajo? ¿En verdad hay en México quien, con dos dedos de frente que acepte, que tanto el gobernante como sus funcionarios y los legisladores y los dirigentes partidarios, van a dejar de utilizar a los profesionales de los medios para golpear a sus adversarios y/o mandar mensajes a éste o aquel político?

¿Entiende ahora el porqué de ese enmudecimiento y esa abyección? Seamos serios, desechemos mejor toda ingenuidad.

 

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