Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

8 Sep, 2020

¿Por qué esas reacciones?

Ante la decisión tomada en el Consejo General del INE el viernes 4 de este mes, en relación con México Libre y su registro, lo más abundante ha sido un gran número de opiniones que, lejos de la objetividad, se han volcado a uno u otro extremo.

La víscera aplastó la neurona. El juicio sereno y objetivo ha brillado por su ausencia, mientras que la posición ideologizada y ciega en favor del actual Presidente ha sido dominante. ¿Y la democracia, apá? ¿Dónde quedó sepultada la confianza en la ley y en ella como única vía aceptable?

Hemos visto y escuchado de todo; sin embargo, unos y otros han dejado de lado -a excepción de unos cuantos- mencionar siquiera lo que sigue: Presentar lo que convenga a sus intereses ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

 

 

 

Sin duda, la decisión fue para unos —me cuento entre ellos—, sorprendente. Sin embargo, el adjetivo no significa que los afectados deban lanzar acusaciones difíciles, si no es que imposible de probar. Por más que uno interprete ésta o aquella decisión y pueda extraer conclusiones —las cuales, seguramente, al paso de los días no se sostendrían—, la obligación mínima de las partes es conservar la prudencia y la mesura y mantener la confianza en la ley.

En toda democracia, siempre será mejor que sean otros los que pataleen y vean motivaciones alejadas del respeto de la ley; que sean otros los que piensen que las decisiones fueron motivadas por cuestiones inconfesables.

Ser demócratas no es fácil, menos en estos tiempos. Serlo hoy es una gran responsabilidad. En esto no caben las medias tintas ni el berrinche, menos la mecha corta; es la mesura y el análisis frío y objetivo lo que debe caracterizar al verdadero demócrata.

Hay que entender que en esto de la democracia no hay salidas rápidas y sin costos, hay que entender que serán más las derrotas que las victorias.

Por otra parte, la única arma que a los demócratas les está permitido usar es la fuerza de la ley. Aprendamos de las derrotas y hagamos de las victorias escalones para llegar a los siguientes niveles.

Que sea el adversario el que recurra a la burla y a la ofensa y acomplejado exhiba su soberbia, que el triunfalismo exhiba al burócrata encumbrado e ignorante que se piensa perfecto, jamás equivocado. Hoy, cuando el Presidente se burla, cual matón de rancho que presume su reciente asesinato, tengamos prudencia y confianza en el futuro.

Como suele decir un político, amigo entrañable, curtido en mil batallas: No hay victorias eternas, ni derrotas para siempre. Hoy queda un recurso legal: acudir al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

Por lo demás, nunca hay que darle la satisfacción al adversario de vernos derrotados y desanimados, menos cuando es un patán que no respeta regla alguna y goza sus victorias pírricas. El demócrata está hecho de otro material, pues mientras él es fuerte, aquél es cobarde, mezquino.

 

 

 

Que se revuelque en el fango de su perversidad y pequeñez.

Mientras nosotros vemos y vamos al futuro, aquél se queda en el ayer. Mucho está en juego: el futuro de hijos y nietos y el del país. ¿Vencidos? ¿Cómo? Si estamos condenados a la victoria.

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