Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

29 Ago, 2019

¿Por qué nadie defiende la modernidad?

¿Se ha preguntado usted por qué tantos defienden el pasado? Es más, ¿a qué se debe que hoy defiendan lo que desconocen? ¿Es posible que lo que en buena parte explique esa defensa del retroceso sea, sólo la ignorancia? ¿Habrá algo más que explique esa ansiedad por retroceder en vez de avanzar?

Hoy, con la llegada de López a la jefatura del Estado y del gobierno, la nostalgia por el pasado —y en algunos aspectos de la vida económica, incluso por el antepasado—, y la defensa ciega y acrítica de esa era, se han exacerbado.

Tal parece que en los días que corren, el único objetivo de la gobernación es recrear el pasado en vez de sentar las bases para construir un mejor futuro para los mexicanos; la obsesión del jefe de Estado por concretar la vuelta al pasado es, además de preocupante, peligrosa porque, alimenta en decenas de millones de sus seguidores babeantes e ignorantes de la historia económica de México la perversa ilusión de que el país regresará a lo que tramposamente se les vende como el paraíso perdido.

 En términos generales —con las honrosas excepciones que vendrían a confirmar la regla—, hemos construido una sociedad de niños de pecho; de dependientes de un gobierno todopoderoso y munificente que todo lo puede, y todo lo da a prácticamente todos. Nada más falso e imposible de concretar.

¿Acaso esto último es lo que explica, que prácticamente nadie defienda la modernidad, la entrada a una era donde el mejoramiento personal es resultado del esfuerzo de cada uno? ¿Es posible que ese atrofiamiento de la voluntad para construirnos cada uno nuestro futuro, explique el éxito de López al haber vendido el pasado como el mejor de los futuros?

Pocas son las transformaciones estructurales que hemos podido concretar estos últimos 40 años, y el precio que debimos pagar para cambiar fue descomunal y hoy, todo así lo deja ver, nadie justiprecia esos cambios. En consecuencia, al menor indicio de la necesidad urgente de modificar una u otra ley, o al proponer la eliminación de éste o aquel privilegio carente de toda lógica, el rechazo se vuelve un casus belli.

¿Es posible imaginar siquiera, una mejor calidad de vida o desarrollo, aunque no haya crecimiento como plantea López, en una muestra más de su ignorancia del funcionamiento de las economías abiertas? ¿Quién en su sano juicio podría defender tal insensatez?

Como diría alguien, sólo los que quieren vivir sin trabajar, sin dar algo a cambio, piensan que sin crecimiento son viables dádivas y subsidios. Esos que todo lo esperaron del gobierno y hoy hacen lo mismo, ¿qué harán cuando la realidad demuestre —otra vez—, que es imposible lograr el desarrollo sin crecer?

¿Acaso entonces aceptarán que es imposible recrear un pasado que jamás existió, y lo único que les quedaría por hacer sería empezar a sentar las bases de su futuro? Permítame decirle que eso, aun en esa situación, jamás lo aceptarán.

 ¿Por qué? Porque ahí estará el nuevo López o él mismo, para ratificarles que sí, que con él al frente el pasado volverá y entonces, esos millones de babeantes seguidores gritarán a todo pulmón: ¡No te vayas, quédate!

¡Pobre país!

 

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