Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

14 Feb, 2019

¿A qué se debe el temor a hacer lo correcto?

Hace años ya, que las decisiones fáciles y sin costo desaparecieron de la gobernación; en los tiempos que corren, tiempos de globalidad y de interdependencia económica, las decisiones que debe tomar el gobernante son, prácticamente siempre, impopulares y dolorosas.

Agregaría a esta última verdad, casi axiomática, que en la medida que aquél no se decida a tomarlas en su debida oportunidad, serán más dolorosas y más impopulares. De ahí la necesidad de todo gobierno, de adelantarse al estallido de los problemas; de tomar medidas que, si bien no impedirían el estallido de aquellos, al menos sus efectos negativos se verían reducidos.

¿Por qué todavía en los tiempos actuales hay gobernantes que se rehúsan a tomar medidas que a todas luces son obligadas? ¿Acaso piensan que los problemas se resolverán solos, como por arte de magia? ¿O se debe acaso a la mentalidad populista y autoritaria del que siente que la popularidad lo es todo?

En América Latina, no es infrecuente que el gobernante en no pocos países sea de ese tipo; personajes que, apoyados en su popularidad, están convencidos que pueden modificar la cruda y ofensiva realidad, no sólo a su antojo, sino hacerlo de la noche a la mañana.

También, característica que ha causado un daño enorme a la economía y las finanzas públicas en no pocos países de la región, jamás aceptan que pueden dejar de ser populares y, por ello mismo, la única salida que tienen es la violencia institucional en contra de los que ayer los vitoreaban pues hoy, al no poder seguir manteniendo el nivel de dádivas y subsidios mil, se rebelan en su contra.

Por encima de nuestras diferencias, son varios los países que han pasado de la abundancia y un alto nivel de vida a la condición de parias de la comunidad internacional. Argentina, Nicaragua y Venezuela serían, para no abundar en los ejemplos, tres países donde lo impensable se concretó. Otro ejemplo, un poco diferente por el desperdicio de recursos producto de la demagogia y el voluntarismo, es Brasil.

¿Podría México llegar a estar en condiciones similares, por ejemplo, a Argentina, Nicaragua, o Brasil? En esta materia, desperdiciar recursos de una manera que rayaría en la idiotez, evidentemente sería posible; en esto, nadie tiene el futuro asegurado. Las malas políticas públicas y la demagogia y el populismo, sea éste de izquierda o de derecha, en un tiempo impensablemente corto pueden llevar a un país a la debacle total.

Un papel determinante para que un gobernante lleve a su país a la ruina, después de haber desperdiciado miserablemente decenas de miles de millones de dólares, es el que juega buena parte de la población. Esas decenas de millones de habitantes acostumbrados a extender la mano para recibir todo sin dar algo a cambio, son el estímulo perverso para todo populista que siente, ya en las nubes, que es el amo del mundo; que todo lo puede al escuchar embelesado los gritos de miles de pedigüeños que siempre insatisfechos, jamás cesan de exigir más y más.

México no está exento de un desenlace así; pecaría de ingenuo el que nos vea a salvo de esa eventualidad. Varios de los elementos los tenemos ya: Decenas de millones de pedigüeños acostumbrados a pedir y pedir y, un gobernante con una visión anclada en los años setenta del siglo pasado.

El elemento faltante —no menor— es carecer de recursos para financiar tanta promesa imposible de cumplir, y no pocas ocurrencias. Sin embargo, la débil o nula formación económica del gobernante y la de su equipo cercano, les impide entender la imposibilidad de mantener el sueño guajiro por un tiempo prolongado. La cruda realidad de la falta de recursos aparece más temprano que tarde, y el sueño desaparece como pompa de jabón.

¿Qué queda de todo ese sueño? Más deuda, elevación impositiva y recortes brutales del gasto público. ¿Lo duda? Vea lo que es hoy Argentina y Nicaragua.

 

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