Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

17 Sep, 2020

¡Salgamos a ver el mundo, y el futuro!

Uno de los más viejos lugares comunes usados para hablar de las ventajas de la apertura económica y su incorporación a la globalidad, es el que plantea el imperativo (para un país como el nuestro, que retrasó la apertura y perpetuó el rechazo de lo ajeno y lo externo), de salir a ver el mundo y, aún cuando nos neguemos a entenderlo y aceptarlo, a ver el futuro que allá afuera se disfruta.

Hoy, no hay alguien que por razones de índole diversa deba salir de México y pasar algunos días en algún país europeo (para dejar de lado los viejos referentes de Estados Unidos y Canadá), que no regrese maravillado de lo que vio y disfrutó durante ese viaje.

La infraestructura de primera, los excelentes servicios públicos y las aplicaciones diversas de los avances científicos en áreas tan mundanas y “tan sin chiste” dirían algunos, como el servicio de transporte público, y el ejemplar papel de la autoridad para hacer que todos, sin distingo alguno, respeten la ley, son los temas obligados de conversación una vez reincorporado a sus actividades habituales.

Al paso de los días, ese “encuentro con el futuro”, diría un buen amigo, da paso al conformismo de siempre; a las quejas sin sentido, salvo desfogar un descontento que jamás pasa del meme y el chistorete, pero sin pensar en las causas de aquellos beneficios disfrutados por los habitantes de los países visitados.

*

A los mexicanos, por más atractivo que luzca “el futuro” en decenas de países en el resto del planeta, no nos conmueve, menos invita a buscar, cómo aquí podríamos tener algo de aquello. El legado de aquel aislamiento y rechazo de lo ajeno se hace presente, y exige lo suyo: Nada de querer cambiar lo que tenemos.

¿Qué es lo que nos impulsa a rechazar, casi compulsivamente, pensar siquiera en la posibilidad de aspirar a tener en México eso mismo? ¿Acaso se debe ese rechazo a cambiar y mantener hoy una visión atrasada en no pocos temas, a que nos gusta vivir entre la basura y la suciedad ofensiva que la acumulación de aquélla genera? ¿O será, en efecto, que así —entre la peste y el hacinamiento cotidiano— somos felices, felices, felices?

El legado que menciono arriba se niega a abandonarnos; hoy, cuando padecemos una gobernación que en vez de ver al futuro busca ir lo más al pasado que podríamos imaginar, lo refuerza y como alguna vez sentenció Carlos Castillo Peraza, los que hoy nos gobiernan “quieren vendernos el pasado como el mejor de los futuros”.

Esa ilusión, imposible de concretar, guía y norma la gobernación actual; para este gobierno, el pasado es objetivo y meta: Hacia allá quiere llevarnos para vivir, afirman sus panegiristas, en un nuevo paraíso terrenal. Esa baratija resume lo que ya roza la insania; tonterías que sólo los adoctrinados con los métodos y mentiras de la perversidad cardenista aceptan y creen en ese regreso a un idílico pasado el cual, sólo existe en la mente de los populistas que padecemos.

A pesar de lo imposible que es esa vuelta al pasado, no nos conformemos y salgamos a ver el futuro; al regresar, hagamos todo para que aquí no se arraigue este desastre, y aquel futuro sea nuestra realidad.

 

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