Edgar Amador

Edgar Amador

25 Jul, 2022

Londres, Coahuila y Fuenteovejuna

 

 

Londres está soportando temperaturas similares a las de Sonora o Coahuila, por encima de los 40 grados centígrados, niveles nunca registrados en la historia de la capital británica. Las evidencias del calentamiento global abundan; por ejemplo, los glaciares tropicales están desapareciendo, como el hoy extinto glaciar del Iztaccíhuatl, y los efectos se sentirán por todas partes. ¿Qué será del estado de Morelos y sus ciudades, alimentadas por los manantiales de los deshielos que fluyen, cada vez más tenues, de la cordillera neovolcánica? En Europa y la América boreal las temperaturas récord alimentan incendios forestales inusitados que menguan la superficie arbórea del planeta, crítica para el ciclo del agua y la regulación de la temperatura global. El más somero de los análisis científicos confirma una verdad terrible: el calentamiento global no únicamente existe, sino que está alcanzando un punto crítico.

Descartemos por un momento el escenario del fin del mundo, en donde los casquetes polares se derriten, el nivel de los mares se dispara, engullendo las grandes ciudades costeras del planeta con un enorme costo de víctimas humanas.

Dejando de lado dicha eventualidad, los costos para la economía global serán, y lo están siendo ya, considerables. El mayor calor implica un mayor consumo de energía, por lo tanto, más cara, para poder soportar el día a día en vastas regiones que no requerían de aire acondicionado.

Las mayores temperaturas tienen efectos graves sobre la producción de alimentos: los rendimientos agrícolas y la oferta pesquera disminuyen con el calor, incrementando los precios de los comestibles en el mediano plazo.

Quizá el factor de corto plazo más crítico es el cambio en los patrones de lluvia en el mundo, que podrían ser la causa de sequías prolongadas y agudas en extensas zonas del mundo, compensadas con torrentes y trombas en otras.

Como el clima del planeta no compra ni vota, los empresarios y los políticos del mundo cómodamente caen en una versión inversa de lo que los economistas llaman “el problema del polizón”, o si queremos usar la literatura como referencia, el problema del calentamiento global fue ilustrado por Lope de Vega en Fuenteovejuna. El calentamiento global es producido por la acción económica de individuos, empresas y países en el mundo. Es un crimen como el de Fuenteovejuna, en donde todo un pueblo se responsabiliza por la muerte del comendador, por lo que no es posible señalar a un asesino individual.

Como no hay una responsabilidad individual es muy difícil asignar penas por calentar el planeta y la acción colectiva mundial es la única posibilidad para contener la marca imparable del calor sobre la tierra.

Pero con Estados Unidos al borde de una nueva guerra civil, escindido por el último esfuerzo de la élite blanca, representada por el fascismo de Trump, para no perder su país en manos de una población diversa, el mundo pierde a su líder lógico en la lucha contra el calentamiento global, pues Europa está presa de su dependencia de la energía rusa.

Rusia, el mayor exportador de carbono del mundo (sea en forma de petróleo o gas), acompaña a China, el mayor productor de carbón, en el negacionismo del cambio climático, acompañados por el imperdonable Jair Bolsonaro en Brasil, quien remata a los productores del oro verde, la soya, el Amazonas para exportar la oleaginosa a Asia a precios cada vez mayores.

El calentamiento global siempre puede ser el problema de alguien más. Sus causas pueden ser ocultadas por la ignorancia o mala fe. Las cada vez más graves sequías y los torrenciales chubascos pueden ser atribuidos al azar o la divinidad, antes que a las empresas o a nosotros mismos. Por lo anterior, los políticos pueden ser aliados formidables del calentamiento global. Un solo senador, con ligas a la industria minera del carbón, detuvo el plan estadunidense más ambicioso de la historia en favor de las energías limpias. Jair Bolsonaro está dispuesto a arrasar el Amazonas para enriquecer a los grandes terratenientes del Brasil. Combatir el cambio climático será difícil. Y caro. Y esto vale la pena tenerlo en mente en un momento en que la inflación ha regresado luego de 40 años de letargo.

 

 

 

 

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