Edgar Amador

Edgar Amador

7 Jun, 2021

Política sanitaria, política monetaria, política tributaria

 

 

Uno de los retos más difíciles de la política económica es coordinar sus dos brazos tradicionales: la política monetaria y la política fiscal, pues, en la mayoría de los países ambas políticas son ejecutadas por actores distintos; el Poder Ejecutivo y el banco central. Pero en la pandemia a la política económica le salió un tercer brazo: la política sanitaria, la cual le ha marcado el paso a las otras dos desde marzo de 2020 y está determinando el perfil de riesgos en el que ambas se mueven en este 2021 y seguramente lo hará hasta el 2022.

La política sanitaria acabó forzando a la política monetaria y a la fiscal (que en el título, por razones tonales, llamamos tributaria) a expandirse a niveles jamás vistos en el mundo, con el fin de evitar una implosión de los niveles de producción y empleo, de los cuales habría sido muy difícil recuperarse.

La política sanitaria, al confinar a miles de millones de personas, forzó a los gobiernos a expandir las transferencias directas para que la población se quedara en casa; y a la política monetaria a detonar explosiones masivas de liquidez para dotar a bancos y empresas del efectivo suficiente para seguir funcionando.

Y hoy, que la política sanitaria intenta acelerar la vacunación masiva y busca inmunizar al mayor número de personas en el menor tiempo posible para cortar la cadena de transmisión y comenzar a doblegar a la pandemia, la política monetaria y la tributaria van detrás de ella como guardaespaldas, tratando de protegerla, pero también conscientes de que la urgencia por vacunar al mundo presenta un riesgo económico alto: que la inflación se dispare en el caso de que la reapertura sea tan fuerte que presione los costos de materias primas, los laborales y, por tanto, los precios de los bienes y servicios finales.

Lo importante aquí es que mientras que la política monetaria y la tributaria pueden programarse en el tiempo, la política sanitaria no tiene ese margen. La vacunación masiva no puede esperar, debe ser lo más acelerada y extendida posible, el mundo debe de alcanzar la inmunidad de rebaño lo antes posible para así cortar la cadena de contagios y reducir la pandemia covid a reductos manejables que puedan ser controlables. Es una opción de vida o muerte, lo que significa que no hay opción. La vacunación no puede ni debe detenerse bajo ninguna consideración. Es más, debe acelerarse lo más posible.

Pero al acelerar la vacunación la economía se está reabriendo consecuentemente y la demanda contenida tras catorce meses de confinamiento está materializándose, apoyada por la elevada tasa de ahorro de los hogares que contuvieron su consumo durante la pandemia.

Dicha explosión de la demanda se combina con restricciones de oferta en múltiples sectores: los cereales afectados por la sequía; los chips afectados por el cierre de las fábricas hace un año, el petróleo y el gas que apenas están revirtiendo los recortes draconianos que tuvieron que implementar cuando en el 2020 el precio del barril tuvo un precio negativo; el cobre, que súbitamente enfrenta una demanda incapaz de cubrir en el corto plazo, y el procesamiento de carnes, afectado por los contagios severos de covid en sus plantas durante la pandemia.

El desbalance entre la demanda contenida por casi dos años, que sale exultante a recuperar el tiempo perdido, y la oferta afectada por varias restricciones está produciendo un alza significativa en los costos de los insumos y, de manera creciente, en los precios de los bienes y servicios finales, es decir, en la inflación.

Pero ante este proceso, que viene de la vacunación acelerada, no se puede modular la política sanitaria para que no repunte la inflación. Las políticas tributaria y monetaria deberán de acomodar e ingeniárselas para calibrar los efectos de una política sanitaria urgida de vacunar masivamente.

La política tributaria, que deberá de pagar por el costo que significó apoyar con transferencias directas a cientos de millones de personas en diferentes países del mundo, está haciendo algo muy interesante: elevar la tasa impositiva de manera coordinada a los ingresos marginales más altos de las mayores empresas. Lo está haciendo de manera múltiple y simultánea para que las empresas no se muden a paraísos fiscales. Será un balance triple difícil de lograr, pero no hay opción.

 

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