Edgar Amador

Edgar Amador

4 Jul, 2022

¡Que ya se acabe el año, pero que no llegue 2023, por favor!

 

Para Wall Street y los mercados financieros el primer semestre sería el peor semestre en 52 años, si no fuera porque el segundo tampoco pinta muy bien. A nadie debería de sorprender lo que ocurre. El fin del dinero gratis tiene consecuencias. Conforme los bancos centrales se vieron obligados a retractar sus posturas ultraexpansivas, todo comenzó a caer (desplomarse) por su propio peso y el rally desproporcionado de las bolsas que vimos de 2020 a finales del 2021, se ha borrado en anticipación a los ajustes inevitables que vendrán en la economía en los siguientes meses.

En lo que va de este siglo y por diversas causas, los bancos centrales más importantes del mundo se embarcaron en una política de excesiva expansión monetaria con el fin de evitar depresiones económicas diversas. Tuvieron suerte y hasta hace 12 meses dichas políticas no tuvieron como efecto que la inflación se disparara por encima de sus metas. Muchas veces fue lo contrario y la deflación, no la inflación, fue el problema al que tuvieron que enfrentarse las economías avanzadas en este siglo.

Pero todo cambió tras la pandemia de covid-19. Las disrupciones logísticas más la desbocada liquidez inyectada por bancos centrales y gobiernos lograron despertar al monstruo de la inflación y ahora no saben cómo regresarlo a la jaula de donde se les escapó.

Por primera vez en más de 40 años ocurre lo que los libros de texto de economía predicen (pero que no había ocurrido ya), que un exceso de liquidez y de gasto producirá, eventualmente, un aumento en los precios. La primera víctima del resurgimiento inflacionario ha sido la credibilidad de los bancos centrales, especialmente la de la Fed de Estados Unidos, quien se había forjado a partir de su última batalla contra la inflación, en los inicios de los años 80, unas credenciales impecables. No es cualquier cosa que los inversionistas no le crean al banco central más importante del mundo, pues dificulta la tarea de domar la inflación en todas partes.

Como en el control de esta ola inflacionaria le va a la Fed algo más que la salud de Wall Street y de sus inversionistas, es muy poco probable que la Fed rebaje las tasas de interés y vuelva a inyectar liquidez con tal de salvar los mercados. No puede apagar el fuego inflacionario echándole gasolina monetaria.

El anterior párrafo ha sido muy difícil de comprender para los mercados, quienes se negaban a aceptarlo y apostaban a que, como fue la norma los últimos veinte años, la mano salvadora de la Fed vendría al rescate de Wall Street para evitar una corrección económica después. La suerte seguida por los principales índices accionarios muestra la resignación ante lo inevitable: la Fed seguirá subiendo tasas y hará lo necesario hasta que la inflación regrese cerca de su nivel de dos por ciento.

Dado que los precios de las acciones se determinan como el valor presente descontado de las ganancias futuras, un escenario de bajo crecimiento, acompañado de tasas de interés al alza, es quizá la peor combinación posible. Le pega al numerador y al denominador de la fórmula. Es justo ese efecto lo que ha derribado a los mercados en este semestre que concluyó el jueves pasado. El peor semestre para Wall Street desde 1970.

El problema es que hemos visto un severo crack, pero en cámara lenta. Marx tiene una frase muy precisa al respecto: “Más vale un final espantoso, que un espanto sin fin”. Este mercado alcista ha tenido, hasta ahora, un espanto sin fin, pero no hemos visto un final espantoso. Los inversionistas llaman a este último “la capitulación”. Cuando todos se rinden y el mercado se desploma en una o pocas sesiones brutales, es cuando el ajuste de precios que refleja la nueva combinación de tasas de interés/crecimiento económico se ha consumado.

Nada está escrito cuando se trata de Wall Street. Cualquier cosa puede pasar. Pero como hemos insistido aquí, el fin del dinero gratis, es decir, el alza de tasas hacia niveles congruentes con su media histórica, está provocando (y seguirá provocando) ajustes severos en los precios de todos los activos financieros que se inflaron alegremente durante los años en que la plétora de liquidez desbordó los mercados. El ajuste no está siendo suave ni indoloro, como este semestre sangriento de las bolsas lo demuestra, sin duda.

 

 

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