José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

31 Jul, 2020

Cabildeo en Washington en 2020

Uno de los aspectos fascinantes de vivir en Washington es observar cómo funciona y los ritos que caracterizan a una ciudad en la que el poder es tangible y los medios para acercarse a él son complejos, empezando por la enorme industria del cabildeo (lobbying en inglés).

El origen del término lobbying es interesante. Cuando el presidente electo Ulysses S. Grant bajaba de su cuarto, en el hotel Willard, para asistir a su toma de posesión, encontró el lobby lleno de gente y, azorado, preguntó ¿what are all these damned lobbysts doing here?

La respuesta, entonces y ahora, es la misma: buscan acceso a las instituciones y personas que detentan el poder para decidir sobre una causa, proteger los intereses de un grupo o industria o defenderse de otro cuyas acciones encarnan un peligro.

El número de lobistas en Washington registrados, conforme a las leyes que intentan regularlos, fue de 12 mil el año pasado. Pero la cantidad efectiva de personas que se dedican de tiempo completo a tratar de influir en las decisiones del gobierno —Ejecutivo, Legislativo y Judicial— puede llegar a 100 mil, más el personal de apoyo.

A esto hay que sumar el abultado cuerpo diplomático acreditado en Estados Unidos, buena parte del cual trata de influenciar las decisiones de los gobiernos, de los comités del Senado y la Cámara de Representantes, y de las decisiones de la Suprema Corte.

El legendario embajador de Canadá en EU entre 1981 y 1989, Allan Gotlieb, solía comparar el juego del poder en Washington con un partido de futbol americano en el que no sólo participan los jugadores en la cancha, sino también los asistentes en el estadio, incluyendo árbitros, entrenadores y vendedores ambulantes.

En su atinada metáfora, Gotlieb relataba que los participantes en este deporte podían jugar a favor de uno u otro equipo indistintamente, y cambiar de afiliación en medio del juego, además de que las reglas variaban también de manera aleatoria a lo largo del partido.

Cuando México negoció el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), la broma que se hacía respecto a la contratación de gestores y agencias de relaciones públicas por parte de la entonces Secretaría de Comercio era que ese gobierno se había vuelto el mejor seguro contra el desempleo de los cabilderos en Washington.

Aquella experiencia me persuadió de que, si bien hubo asesoría que fue esencial para llevar a buen término las negociaciones, la labor que emprendió el gobierno de México para ponderar las bondades del TLCAN en todo el territorio de EU tuvo enorme éxito porque la hicieron con gran efectividad sus funcionarios.

Hoy en día, muchos mexicanos deseosos de impedir que su país se despeñe al abismo, han concluido que la única forma de parar el ánimo demoledor de la economía e instituciones de su actual gobierno, es recurriendo a persuadir al de EU para que lo impida, dada la obsecuencia del líder de México a los deseos y pulsiones de su contraparte en Washington.

La clave radica en cómo hacerlo, lo que discutiré en próximas entregas.

 

*Consultor en economía y estrategia en Washington DC y catedrático en universidades de México y Estados Unidos.

 

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