José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

21 Sep, 2018

Cómo se salvó de Trump el TLC

Como ofrecí en mi columna anterior, hoy contaré la peculiar forma en que un puñado de oficiales del gobierno de EU logró salvar el TLC de Norteamérica de la orden colérica de Trump de “terminarlo,” según lo relata Bob Woodward en su libro Miedo: Trump en la Casa Blanca.

El martes 25 de abril del año pasado Trump ordenó la redacción de una Orden Ejecutiva anunciando que EU se retiraba del TLC de Norteamérica, “y la quiero en mi escritorio el viernes” fecha que marcaba sus primeros 100 días en la Casa Blanca.

En esa reunión en la Oficina Ovalada estaban presentes el vicepresidente Mike Pence, secretario de comercio Wilbur Ross, el asesor-yerno Jared Kushner, el fatal economista Peter Navarro y el secretario del staff Bob Porter, a cargo de que fluyeran los papeles con eficacia y respetando procedimientos.

Nadie dijo nada, salvo Porter, quien había creado un grupo favorable al libre comercio dentro de la Casa Blanca para neutralizar la influencia de los proteccionistas Ross y Navarro, indicó que no bastaba una orden ejecutiva sin validez jurídica, sino que había que denunciar el Tratado en sus términos legales, notificando la intención de EU de abandonarlo.

Porter estaba perplejo, primero, de la total ignorancia de Trump del alcance estratégico del TLC, no sólo por los enormes flujos comerciales, sino como la pieza clave para la seguridad nacional de EU, pero también por el silencio de Pence y Kushner y la ausencia de otros integrantes del gabinete: el consejero Económico Cohn y el secretario del Tesoro Mnuchin.

“Hay procesos que aseguran que se hagan las cosas en el orden correcto…, entiendo que usted (Trump) quiere moverse rápido, pero tenemos que frenar esto (para hacerlo bien)” agregó Porter, sólo para escuchar del Presidente, “a mí nada de eso me importa, ¡quiero (ese papel) en mi escritorio el viernes!”.

Porter se fue a ver al general H. R. McMaster, asesor de Seguridad Nacional, quien no había participado en temas comerciales, pero coincidió en que acabar el TLC sería una pesadilla para la seguridad nacional y que estaba de acuerdo con Porter que había que obstaculizar tal tontería.

Se convocó a una reunión de emergencia en la Casa Blanca al día siguiente, esta vez con todos los que tenían que estar presentes, y se concluyó que era posible que la amenaza de salir del TLC fuera un incentivo para que los países cedieran a sus demandas comerciales, pero que concretarla sería desastroso.

Al terminar la reunión, Porter abordó al nuevo secretario de Agricultura Sonny Perdue y lo llevó con Trump para que le contara la gran importancia del TLC para los granjeros de EU, y le mostró que “vendemos 39 mil millones de dólares de productos del campo para los que no tenemos otros mercados. Las víctimas de cancelar el TLC serían quienes más lo apoyan, los cófrades de su base”.

Ante el mapa que trajo Perdue, donde era evidente la devastación que ocurriría en distritos electorales trumpianos, que se podían pasar a la oposición, Trump al fin asintió en no enviar la orden denunciando el TLC, no sin antes reiterar su estúpido prejuicio que Canadá y México “nos están fregando (porque tienen superávit comercial), hay que hacer algo…”. 

La sanidad mental de Trump fue efímera y acicateado por el fatal economista Navarro, volvió a exigir la orden para dejar el TLC. Porter preparó los documentos y, fue a ver al asesor económico Cohn, quien le dijo “no te preocupes, yo me encargo de escamotear los papeles del escritorio presidencial, pues si no los ve no se va acordar que existen, hasta que alguien se lo recuerde de nuevo”.

Ésta es la historia que relata Woodward. Los héroes que evitaron el naufragio del TLC están fuera de la Casa Blanca, pero Trump y los villanos que lo rodean están todavía allí, por lo que cualquier cosa puede pasar.

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