José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

17 Ago, 2018

Comparaciones espurias

Es un lugar común escuchar que la prioridad del próximo gobierno es que México recupere la senda del crecimiento económico acelerado y sostenido, estimulando un más dinámico mercado interno, ante el proteccionismo obtuso que amaga cerrarnos el acceso a nuestro principal mercado externo.

Así, hoy se ensalza el desempeño ocurrido durante el llamado Desarrollo Estabilizador (1954-72), en el que la economía creció a más de un 6% anual en términos reales, llegando a la conclusión de que hay que reproducir la estrategia de entonces en el contexto actual.

Hace medio siglo se siguieron algunas políticas impecables, como finanzas públicas en razonable equilibrio, deuda gubernamental baja y estable y tipo de cambio tenazmente fijo, que forzaba a una disciplina férrea en las políticas fiscal y monetaria para tener una inflación compatible con la externa.

Las otras políticas del período, sin embargo, resultaron en un aparato productivo ineficiente e incapaz de competir globalmente lo que llevó al creciente aislamiento de la economía mexicana.

La industria vivía sólo del mercado interno al que ordeñaba con productos caros y malos que había que comprar por fuerza, salvo por la válvula de escape ofrecida por el contrabando, junto con todo tipo de otras aberraciones: controles oficiales, subsidios, sector paraestatal parasitario y creciente, y una monstruosa intromisión del gobierno en la economía.

La crisis de la deuda de 1982 obligó a abrir la economía a la competencia externa, lo que reveló que una gran porción del aparato productivo era inservible. Es decir, buena parte del rápido crecimiento ocurrido en esa era fue desperdicio puro, aunque forjó enormes fortunas.

Quienes quieren regresar al “nacionalismo económico” al que vinculan con esa época, no se han percatado que lo que dio al traste a ese periodo de elevado crecimiento económico con estabilidad fueron precisamente las prácticas de protección comercial y de política industrial que generaron una industria que pasó de la infancia a la senilidad sin nunca ser competitiva.

La fiebre proteccionista de la época, que culminó en crisis económicas extendidas, infectó a toda Latinoamérica y tuvo tres ingredientes esenciales:

• La 2ª Guerra Mundial que forzó una protección natural que secó la oferta de productos de los países industrializados y estimuló la industria local.

• Al término de la guerra, las “industrias infantiles” de la región demandaron protección, prometiendo que sería efímera, para enfrentar la competencia externa al alcanzar economías de escala que abatieran sus costos a un nivel competitivo global, lo que nunca ocurrió. La cerrazón duró cuatro décadas.

• La Comisión Económica para América Latina (Cepal) de la ONU completó el cuadro al sustentar que había un “deterioro secular en los términos de intercambio” de productos primarios y materias primas de Latinoamérica, lo que hacía imperativo industrializarse para superar la pobreza. Su caída en precios relativos frente a los de bienes industrializados nunca pasó de ser una tendencia cíclica que solía revertirse con igual regularidad, por lo que fue una base espuria para justificar la industrialización a cualquier costo.

Regresar a prácticas intervencionistas y políticas industriales como éstas, sería un suicidio y echaría por la borda el largo y laborioso proceso de innovación productiva que lleva más de tres décadas y que ha cambiado de tajo y para bien el perfil del aparato productivo.

Si queremos restaurar tasas elevadas y sostenidas de crecimiento con estabilidad de precios, hay que consolidar las sanas políticas económicas que hicieron posible alcanzarlas en el Desarrollo Estabilizador y no adoptar de nuevo las que causaron su destrucción.

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