José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

17 Jul, 2020

La presidencia prostituida

En la búsqueda de cómo ocurrió que un actorcete de reality shows, rufianesco, inepto y sin brújula ética, pero con anhelos autoritarios, llegara a la presidencia de Estados Unidos, hay todo tipo de conjeturas, incluida la que proclama el fracaso del liberalismo y la economía de mercado por no repartir mejor la riqueza.

Al no creer esas explicaciones seguí buscando y encontré un texto que analiza la historia de cómo se fue alejando la oficina presidencial de su diseño original concebido por el gran arquitecto institucional de Estados Unidos, Alexander Hamilton, y su posterior deterioro y actual ruina.

El libro de Stephen Knott, The Lost Soul of the American Presidency: The Decline into Demagoguery and the Prospects for Renewal, sustenta que el presidente, como cabeza del Estado, debería servir como su líder simbólico y de ninguna manera como el adalid de sus seguidores o partido.

La presidencia ideada por Hamilton para su jefe, George Washington, era una fuente de unidad nacional y no un medio para alentar la división y la discordia. Con el tiempo, ganó cada vez más poder para su ocupante, quitándoselo al Congreso y violando así la constitución.

El argumento central de Knott es “que minando el poder político en sus cimientos legales, trocándolos por un presidente en busca de aprobación popular, llevó a la decadencia del sistema político.”

El texto enfatiza el peligro de cambiar una democracia representativa por una de masas.

El concepto original se basa en el principio que “el presidente no debe moldear o inflamar la opinión pública sino que debe servir como un freno para esas inercias. En contraste, la presidencia ahora se dedica a enardecer partidarios y al pueblo con el fin de reinventar la nación.”

Esta corrupción del diseño original la inició Thomas Jefferson, tercer presidente de Estados Unidos (1801-1809), quien refundó el cargo para que cumpliera los deseos y defendiera las ventajas de la mayoría, con la predecible secuela de dejar en el desamparo a las minorías de indios y negros.

El populismo de Jefferson llegó a su clímax con Andrew Jackson (1829-37), quien se dedicó a hacer todo lo que la masa exigía, que, aunado a su ignorancia supina, lo llevó a abolir el banco central  en su época y a amortizar la deuda pública del país, culminando en la peor debacle económica conocida.

Ese populismo se trasvasó en el “progresismo” de Teddy Roosevelt (1901-1909), que se caracterizó por un activismo y creciente intervención en la economía, lo que llega a una nueva cima con el presidente Woodrow Wilson (1913-21) a quien Roosevelt ayudó a elegir, y que decidió cambiar de cuajo a la sociedad.

La presidencia populista transformó a su ocupante en el “tribuno del pueblo,” defensor del “hombre común” y “en la vanguardia del cambio, que llevaría a la nación a la tierra prometida.”

Esa visión pervertida de la misión presidencial se consolidó en el siglo XX y culminó con la pesadilla de Donald Trump en la Casa Blanca.

Una lectura bastante recomendable para entender cómo cayeron tanto Estados Unidos como aquellos países que siguieron su ejemplo en los índices que miden la libertad.

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