José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

22 May, 2020

Liderazgos funestos

Este columnista no deja de sorprenderse porque cada vez que cree que la ineptitud y cinismo del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no pueden caer más bajo, él logra seguir despeñándose y, de paso, ultraja a quienes califica como sus enemigos, sobre todo los medios que no lo alaban como cree merecer, y anuncia que toma una pócima contra el covid-19.

En el camino inventa nuevos villanos y conspiraciones en su contra, que incluyen, con mayor virulencia, a su antecesor, Barack Obama, además de a su presunto rival en la próxima elección presidencial, Joe Biden, a quien le imputa todas las lacras que él mismo ostenta con vergonzoso impudor.

Las patologías trumpianas se han agravado con el arribo de la pandemia y del consecuente colapso económico, alrededor de lo que ha tejido un enjambre de mentiras que rompen su ya prodigioso récord, al negar su gravedad y posponer criminalmente las acciones preventivas indispensables.

Sin un plan nacional coherente, las familias, escuelas, empresas y gobiernos locales tienen que decidir qué hacer con escasa y parcial información. No hubo suficiente equipo con los elementos básicos para medir la expansión del mal o para protegerse de sus consecuencias, por lo que todos tuvieron que improvisar.

Después de muchos tumbos y sinrazones, Trump al fin vio la crisis de salud como una oportunidad política —le vino como anillo al dedo— y se autodefinió como “un presidente en tiempos de guerra”, a pesar de que su única experiencia bélica fue conseguir cinco diferimientos en la conscripción obligatoria para ir a Vietnam alegando tener “espolones óseos” en los pies, mientras jugaba tenis, futbol y golf.

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Trump tomó al Partido Republicano, del que nunca había sido miembro, y lo convirtió en un movimiento populista y demagógico, con lo que los intelectuales del partido renunciaron, y nunca pretendió ser el líder de todos, satisfecho con quedarse sólo con sus fanáticos leales.

Como un pirómano desenfrenado en una pradera reseca, Trump se dedicó a calcinar lo que quedaba de la vida cívica, concentrándose en dividir a unos contra otros, a emprender una lucha de clases en la que decía estar con los de abajo, pero daba a ganar a sus cómplices y a sus cómplices ricos.

El demagogo decidió destruir el servicio civil, corriendo a los mejores y más capacitados funcionarios, con estudios y especialidades, con frecuencia, pagados por el propio gobierno, para remplazarlos con ignaros sin educación u oficio alguno, siempre y cuando fueran incondicionales.

Un modelo económico liberal bajo ataque reiterado desde la crisis de 2008 y una brecha creciente entre los ricos y los demás fueron el caldo de cultivo ideal para que un estafador al frente de un gobierno vacuo e inepto, y su movimiento político carente de ideas, aprovecharan la pandemia para dividir aún más al país.

Cualquier similitud entre la hecatombe económica y de salud que sucede en Estados Unidos, en buena medida agravada por la perversidad de Trump, y lo que ocurre en México con su benemérito líder al frente, no es coincidencia, son iguales.

 

El autor es consultor en economía y finanzas en Washington DC y catedrático en universidades de México y de Estados Unidos.

 

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