José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

5 Jun, 2018

¡No hay hacia dónde escapar!

Tengo muchos amigos que han decidido que mientras el orangután de Trump sea presidente de EU no volverán a ese país, mientras que otros dicen que harán lo mismo con todas las naciones que elijan líderes populistas, que con frecuencia suelen también ser nativistas y xenófobos.

El problema con esto es que el número de países gobernados por demagogos sigue creciendo, por lo que es cada vez más difícil encontrar dónde hallar refugio para quienes privilegian la libertad como el objetivo más importante de cualquier sistema político, en conflicto con la posición populista que prioriza la acción gubernamental.

Cuando uno ve el mapa del mundo teniendo en mente la división entre naciones con liderazgos liberales, de las tiranías o de los que adoptan el populismo como dogma dominante, el vuelco en los últimos años fue impresionante: además de China y Rusia que claramente tienen regímenes autoritarios, ahora se suman EU, Turquía, Filipinas, el Cercano Oriente, la mitad de África y segmentos crecientes de Europa.

El colapso del régimen liberal en España en los últimos días fue, particularmente, sorprendente, reemplazado por un demagogo socialista cuyo primer anuncio fue que creará un ministerio “de la igualdad” y un “alto comisionado para la pobreza infantil,” cuando lo que se requiere es estabilidad y crecimiento económico.

El caso de Italia es aún peor, con el acceso al poder de populistas extremos cuya prioridad parece ser la destrucción del gran proyecto de integración europea que ha traído paz y prosperidad sin precedentes por siete décadas a un continente que se había caracterizado por nacionalismos belicosos y destructivos.

El colapso de la Unión Europea, que se ve más posible desde la salida del Reino Unido y con la nueva coyuntura política en Italia, tendría consecuencias desastrosas para la región, pero también para el mundo, pues previsiblemente habría el resurgimiento de nacionalismos excluyentes, cerrazón de fronteras, proteccionismo y devaluaciones competitivas de las monedas nacionales.

La situación de EU, país que lideró el gran esquema liberal adoptado al término de la Segunda Guerra Mundial, con el libre comercio global como su pieza central, es también gravísimo, bajo la batuta inepta de un ignorante cuyo limitado cerebro está lleno de prejuicios e impulsos autoritarios e intervencionistas.

Como quedó claro en la reunión de ministros de finanzas del G7 el pasado fin de semana en Canadá, los Estados Unidos de Trump han abandonado no sólo su liderazgo de los países más avanzados, sino que se cuestionó, inclusive, su mera presencia en ese proscenio, al haber declarado la guerra comercial a todos.

En América Latina parecía que la evolución política iba en la dirección opuesta, al alejarse el populismo de los principales países de la región, con Brasil y Argentina a la cabeza, pero ahora con la posibilidad creciente de que el populismo demagógico se instale en México, que aumentó en forma notable por el rechazo de sus habitantes a los desplantes de Trump, habría una reversión gravísima.

El nacionalismo proteccionista es una enfermedad que se propaga con la mortífera celeridad de la peste bubónica, como quedó de manifiesto con las represalias inmediatas de México, Canadá y la Unión Europea ante la imposición de tarifas por parte de EU a sus exportaciones de acero y aluminio.

Los liberales no condonamos la adopción de barreras al comercio en ningún caso, salvo como herramienta pasajera para ejercer presión política sobre el rival, como ocurrió exitosamente cuando después de 16 años de paciente espera para que los camiones de carga mexicanos pudieran entrar a EU, como se había negociado en el TLC, cuando al fin México adoptó tarifas punitivas que funcionaron rápidamente.

Pero ahora ¡no hay hacia dónde escapar!

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