José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

29 Jun, 2018

¿Regreso al nacionalismo revolucionario?

Comentamos, el martes, características clave del “nacionalismo revolucionario”, como haber cerrado la economía al exterior con gobiernos patrimonialistas e inmiscuidos hasta las cachas en manipular la economía, que repetían lemas revolucionarios que no practicaban.

Este paradigma se derrumbó después de la francachela populista de 1970-82, que exacerbó las contradicciones del sistema. No quedó de otra más que eliminar las partes más costosas del gigantesco aparato paraestatal y abrir la economía, con lo que al fin se logró salir del atolladero fiscal y externo. Pero los doce años de reformas liberales (1982-1994) representaron apenas el inicio de una verdadera economía de mercado, eficiente y dinámica. Por desgracia, los cambios adicionales indispensables para alcanzarlo se detuvieron a partir de 1995 y no se reiniciaron a fondo hasta hace 6 años.

Esto significó que, en el lapso de transición a una auténtica democracia que se inició en 2000 con la derrota del PRI, partido que había detentado el monopolio del poder desde 1930, se profundizó una peligrosa dualidad: florecen los sectores modernos asociados a servicios y mercados de exportación, al lado de segmentos de la economía arcaicos e ineficientes. Los dos gobiernos de la alternancia lograron conservar la estabilidad del país, pero fallaron en retomar la senda reformista, por lo que es una calumnia afirmar que fracasó el modelo “neoliberal” si éste no se aplicó a cabalidad, y en las áreas de la economía y zonas geográficas que lo hizo, tuvo gran éxito.

En el umbral de la administración de Peña Nieto (2012-18) y trabajando con el gobierno saliente de Felipe Calderón en los últimos meses de su gestión, se lograron hacer las alianzas necesarias para reiniciar las reformas, labor que se completó en sus primeros años, lo que auguraba el cabal éxito económico al fin. El talento para conseguir la aprobación de los innovadores cambios no se extendió a otras áreas de la administración: no hubo control político de gobiernos estatales y locales, lo que permitió todo tipo de desmanes; se abandonó el sistema de seguridad interna que empezaba a dar frutos en el combate al crimen; y aumentó la percepción de corrupción generalizada e impune, y la ausencia de un auténtico Estado de derecho. Todo ello, aunado a una política económica que enfatizó gasto improductivo con mayor deuda, una fatal reforma tributaria, y una pésima estrategia de comunicación del régimen, que pareció quedar pasmado y sin capacidad de reacción a distintas calamidades, abonaron a su impopularidad.

Con sus virtudes y defectos, el gobierno actual no supo vender sus logros y hoy es rehén de un destino electoral que amaga con el regreso al pasado.

¿Qué lecciones deja la larga historia del “nacionalismo revolucionario”?

1. No hubo una sola política económica inmutable. El modelo fue lo mismo estatista que privatizador; regulatorio que desregulador; botarate que austero; estabilizador que inflacionista; aperturista que autárquico; creador y destructor de instituciones.

2. La gran virtud del PRI y sus gobiernos fue amoldarse a las circunstancias y adoptar políticas que parecían las necesarias en su momento.

3. El gran defecto del PRI y sus gobiernos fue consentir una dictadura sexenal absoluta sin contrapeso alguno, lo que permitió las tropelías que resultaron en un desempeño económico y social mediocre, que además alentó violar la ley y resultó en una economía de compadrazgo ineficiente y corrupta.

Con esta historia e inventario de virajes sin fin, ¿cuál será el ideario que adopte el candidato que ofrece restaurar el modelo? Hay que leer sus promesas más reiteradas en los últimos 18 años y no los programas que le prepararon sus advenedizos asesores moderados para hacerlo más apetecible.

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