Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

10 Feb, 2021

¿Benditas redes?

Las redes sociales en internet nacieron como herramientas para conectar personas con intereses similares, compartir ideas y conexiones. Conforme fueron creciendo en influencia, también lo fueron haciendo las actividades ilegales e incluso perversas realizadas a través de ellas. A lo largo de los años y como todo producto humano, su manipulación fue cada vez más evidente por actores maliciosos que incluyen gobiernos, grupos políticos y hasta la delincuencia organizada.

A través de estas redes se han, incluso, manipulado elecciones, como la de Estados Unidos de 2016 por Rusia. En ese sentido, no sorprende que el debate sobre la influencia y poder de las redes sociales se haya hecho manifiesto en Estados Unidos, Europa y distintos países a lo largo de los últimos años. Su regulación era sólo una cuestión de tiempo, sobre todo en aras de detener contenidos ilegales, como la pornografía infantil y la manipulación política, entre otros.

La diferencia de la regulación tiene que ver con la tradición política en distintos países. Mientras que en países con democracias sólidas y tradición de respeto a la leyes es frecuente que el contenido publicado en las redes sociales —como Australia, Inglaterra y Alemania— se regule para evitar conductas nocivas e ilegales, en otros con tradición autoritaria —como Turquía o Rusia—, éstas son prohibidas en momentos políticos y los usuarios críticos del gobierno son rastreados y castigados como delincuentes.

Con la llegada de Trump al poder en EU, se inauguró el uso de herramientas como Twitter como un arma de doble filo para fines políticos perversos. Trump utilizó esta red social como un mecanismo para difundir mentiras, posverdad y manipular masas. Líderes populistas y autoritarios del mundo siguieron el ejemplo y, como parte de su agenda antiélites, las usan para “conectar directamente con la gente”. No obstante, así como funcionan para empujar narrativas gubernamentales, también sirven para desnudar incongruencias, mentiras y corrupción. Es una excelente forma para la oposición de aplanar la natural asimetría de la comunicación entre el gobierno y ellos.

Así, llegamos ahora al debate que inició hace unas semanas con las declaraciones del presidente López Obrador en su conferencia mañanera sobre la “necesidad” de regular estas redes para “proteger los derechos humanos y la libertad de expresión”. En un gesto autoritario, al momento que le molestó la transparencia que éstas brindan —y que él mismo utilizó cuando era oposición—, pidió que se regularan a través de la legislación en el Congreso. Acto seguido, esta semana, el senador Ricardo Monreal presentó una iniciativa, sin mayor fundamento constitucional o legal, para que el gobierno intervenga innecesariamente en un servicio prestado por particulares a través de internet. Además, en la Cámara de Diputados avanza un dictamen de reforma constitucional para que el Congreso tenga la facultad de legislar en materia “cibernética”.

Así, lo que antes era calificado como las “benditas redes sociales” es ahora otro distractor y un intento más de centralización del poder. La otrora bendita herramienta es ahora la noticia.

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