Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

11 Mar, 2020

Contracíclica

Cuenta la historia que una tormenta se veía en el horizonte. El obstinado almirante, sin escuchar a sus capitanes, ordenó continuar con las velas de los barcos tendidas y zarpando hacia el horizonte. El riesgo era muy grande y los capitanes de los barcos habían advertido a su comandante del peligro de seguir ese curso.

El almirante no escuchaba, seguro de sus habilidades, su rectitud y autoridad moral para conducir una compleja flota de navíos. Qué le iban a decir a él los ingenieros navales, los capitanes o los marineros que se habían fogueado por años, él no era un técnico naval, pero sabía leer las señales de los dioses. Él era, a sus ojos, infalible. Su misión era bondadosa.

Una vez que la tormenta pasó, la obstinación del almirante se hizo evidente. Su falta de preparación y visión causó efectos más graves de lo esperado. La mitad de su flota estaba inhabilitada o destruida. El almirante, sorprendido, se quedó pensando unas horas. Sin embargo, después de un tiempo, surgió de su destruido camarote tan desafiante como siempre. La culpa era de sus capitanes, no de él. Él no podía fallar. La flota debía seguir adelante, zarpando hacia el horizonte.

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Al igual que la flota, México está pasando esta semana por una impresionante tormenta que puede dejar estragos significativos en la economía.

El lunes de esta semana, ante el pánico causado por el coronavirus y la guerra petrolera de Rusia y Arabia Saudita, las bolsas de valores del mundo cayeron, el peso se depreció frente al dólar y el más grande navío de nuestra flota —Pemex— está cada vez más cerca de hundirse, vulnerando así a toda la armada mexicana.

Pemex, el orgullo de la izquierda mexicana y por años un gigante ineficiente y caja chica de las finanzas públicas, está en riesgo de disminuir su calificación crediticia. Se trata de la empresa petrolera estatal más endeudada del mundo y la más ineficiente. Su producción ha caído —contrario a lo que dice el gobierno— por años y el 2019 no fue la excepción. Si a ello se añade que los precios internacionales de la mezcla mexicana del petróleo cayeron a 27.40 al día de ayer, una caída de más de 20 dólares desde febrero de 2020.

La empresa paraestatal representa el 18% de los ingresos del Estado mexicano y todo indica que esos ingresos caerán significativamente. El problema principal es que el gobierno ha continuado con su ritmo de gasto en programas no productivos, como las becas y otras transferencias directas que, si bien generan un sentido de bienestar inmediato, no representan una inversión que se capitalice en la población en el mediano o largo plazos.

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El Fondo de Estabilización Petrolera, un fondo contracíclico que fue diseñado y ahorrado por años para eventualidades como las de esta semana, fue usado para continuar con el ritmo de gasto del gobierno.

Precisamente por la desaceleración del 2019, autoinfligida, y la subsecuente caída de los ingresos no petroleros, como el Impuesto al Valor Agregado y el Impuesto Sobre la Renta, el gobierno se vio en la necesidad de usar la mitad de ese fondo, apostando a que un shock externo no se daría.

La realidad alcanzó en poco tiempo a un gobierno unipersonal. El problema es que el almirante de la flota parece no escuchar a sus capitanes.

 

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