Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

27 May, 2020

Desafío técnico, adaptativo y populismo

En los ochenta, en las escuelas de negocios de los Estados Unidos, se puso de moda el estudio del liderazgo como disciplina. ¿Cómo es que se podía ejercer el liderazgo? ¿Quién lo ejerce? ¿Es algo que se puede aprender? Todas estas preguntas se hicieron los estudiosos de esto que parecía etéreo e incomprensible.

En ese estudio surgieron personalidades como Marty Linsky y Ronald Heifetz, dos reconocidos académicos de la Universidad de Harvard que han dedicado su vida profesional a estudiar el liderazgo en instituciones privadas y públicas.

Así, han participado o estudiado procesos tan complicados como la paz en Irlanda del Norte o el proceso de paz en Colombia, después de años de guerra civil. Es interesante que en sus libros señalen que existen dos tipos de desafíos a la hora de transformar instituciones o sociedades: los desafíos técnicos y los desafíos adaptativos.

Los desafíos técnicos se refieren a soluciones que se implementan para resolver los problemas sin atender, necesariamente, los desafíos subyacentes en una organización o sociedad. Por ejemplo, el gobierno puede dotar de transferencias directas a los llamados ninis, pero no se está resolviendo el problema subyacente de la desigualdad intrínseca que existe en la sociedad mexicana.

El tema, necesariamente, está en reconocer no sólo que existen desafíos técnicos, sino que también existe, aún más profundo, el tema adaptativo, el cual, generalmente, se evita para no generar inercias en contra. Esto sucede en todas las organizaciones, en gobiernos y países. El desafío adaptativo es casi siempre el que causa incomodidad e, incluso, la destrucción de aquellos que lo buscan atender. El cambio duele, y mucho.

Esta visión es interesante en aras de lo que México está viviendo.

Cansados de obtener soluciones técnicas a problemas más profundos, el electorado en México y en Estados Unidos optó por girar hacia las soluciones sencillas para problemas complejos a través de candidatos populistas. En Estados Unidos eligieron a un nativista racista para ser su líder. El populista prometió soluciones fáciles, como un gran muro en la frontera con México, y obtuvo el aplauso fácil de los votantes.

Lo mismo sucede en México. En gran medida, la elección de López Obrador se dio en el contexto del desgaste de los dos partidos tradicionales al haber tenido la oportunidad de gobernar prometiendo soluciones técnicas sin atender —lo cual, debe reconocerse, es sumamente difícil— los desafíos adaptativos como el sistema de castas extraoficial en México y la desigualdad. Estos, a su vez, generan otras alteraciones en el orden social como la desigualdad económica, la falta de movilidad social y el resentimiento.

El resultado es algo que hay que reconocerle en su discurso a López Obrador: atender a los estratos sociales menospreciados, de facto, por un sistema diseñado hace siglos en América Latina.

Sin embargo, la gran falla de este gobierno, como otros gobiernos populistas, es que basa sus políticas justamente en uno de los efectos de esta desigualdad: el resentimiento, casi como solución técnica.

Para ello usan una base ideológica ecléctica que lo mismo usa el cristianismo del presidente Andrés Manuel López Obrador que las ideas marxistas de algunos miembros de su partido, como el neoliberalismo que dice atacar.

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