Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

20 Oct, 2021

El juguete de carreras nacionalista

Cuando era niño, gran parte de los juguetes fabricados en México eran una basura. Populares juguetes de otros países, como Hot Wheels, se hacían en fábricas nacionales. Y es que, antes de la firma del TLCAN, la fabricación de productos tan diversos como estos juguetes, enseres domésticos, electrónicos, productos de belleza y hasta casi todas las partes de los automóviles eran hechos en México —algunos bien y otros mal— como un signo de nacionalismo económico y orgullo nacional.

Los juguetes eran tan malos como los villanos contra los que luchaban. En una ocasión, un familiar me trajo de Estados Unidos el mismo carrito Hot Wheels que yo ya tenía —y que había sido fabricado en México. La diferencia de calidad era evidente entre los dos —idénticos, salvo el país de fabricación— a las pocas semanas el juguete mexicano —sin orgullo alguno— acabó por romperse.

Lo mismo con muchos de los productos que se fabricaban en México en industrias cerradas a la competencia de productos extranjeros. Eran de mala calidad y sólo cumplían con la regulación y escasa competencia nacional.

Con la apertura del TLCAN en 1994, el cambio en muchas industrias fue muy visible. En un periodo de 15 años, México fue abriendo a la competencia de América del Norte muchos productos que antes eran exclusivos de nuestro país o, de plano, no se conseguían.

El Hot Wheels que tanto le pedía a mi familiar ahora se importaba sin problemas y, como muchos otros productos, obligó a la industria nacional a adaptarse y mejorar su calidad.

 

Si bien tuvo sus problemas, la globalización representó muchos beneficios. Sólo con Estados Unidos, las exportaciones crecieron 797% y las importaciones 517% de 1993 a 2019. Esto abrió el mercado a millones de nuevos empleos y oportunidades de negocio. Y es que nuestro país pasó de un modelo económico de cerrazón, nacionalismo y sospecha de los extranjeros a uno en donde se abrieron muchas industrias bajo el libre comercio. Se reconoció al mundo como un nuevo mercado y competidor.

O, por lo menos, era lo que pensábamos. Con regiones enteras rezagadas y muchos políticos de la vieja guardia paralizados en ideas de los años 70, el nacionalismo se replegó a ciertas industrias. Los mismos políticos mexicanos que antes se opusieron al TLCAN, la liberalización y hasta el horario de verano, se refugiaron en símbolos de un nacionalismo rancio.

Querían volver a los Hot Wheels chafas. El mejor ejemplo fue el sector energético, no importaba que perdiéramos billones en extracción y refinación de petróleo, gas y otros. Eran “nuestras” pérdidas y orgullo de nuestra patria. Ningún extranjero vendría a robarnos; orgullo primero, presupuesto, después.

Es así como llegamos a los funcionarios que ahora recuerdan viejos y nacionalistas tiempos, donde papá gobierno perdía, pero nos enorgullecía. La contrarreforma energética textualmente “propone un nuevo sistema eléctrico mexicano (donde) el Estado recupera (el) sistema eléctrico nacional”; en otras palabras: volveremos, a través de nuestro nacionalismo energético, a la gloria nacional.

 

El juguete de esta administración, orgullo de nuestra pérdida financiera nacional, eventualmente se romperá, como lo hicieron en los años setenta y ochenta miles de juguetes mal fabricados.

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