Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

6 Sep, 2023

El peronismo mexicano

Un día, durante una huelga de trabajadores en Buenos Aires en los años cincuenta del siglo pasado, Juan Domingo Perón, presidente de Argentina, decidió dirigirse a la multitud reunida ahí desde el balcón de la Casa Rosada, el palacio presidencial. El ambiente era tenso, con el potencial de violencia en el aire.

Perón comenzó a hablar, no como un político distante, sino como uno de ellos. Habló de la dignidad del trabajo, la importancia de los derechos de los trabajadores y la necesidad de justicia social. Prometió defender su causa y luchar por un futuro mejor para todos los argentinos. Al hablar, la multitud comenzó a corear su nombre, y la tensión que había sido palpable momentos antes se transformó en un coro en favor del presidente.

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El presidente argentino fue sin duda un mandatario carismático. Militar de carrera, su gran fortaleza y debilidad fueron las masas olvidadas de Argentina.

Su estilo de comunicación, emulando el estilo directo y sin filtros del fascismo italiano fue muy efectivo después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, detrás de ese carisma personal, estaba un líder narcisista que abarcaba todos los espacios y todas las conversaciones.

Haría y diría lo que fuese con tal de ganar simpatías a su modo, como en el caso del discurso ante los sindicalistas, aunque ello contradijera a sus propias acciones. Toda la comunicación, toda la política y la economía estaban bajo su yugo. El Estado se abultó y se volvió efectivamente un emprendedor.

Perón convirtió al Estado en dueño de bancos, trenes y hasta aeropuertos y aerolíneas.

Si bien siguió algunas de las tendencias de otros gobiernos latinoamericanos de la época, su estilo de gobernar permaneció hasta nuestros días.

Argentina no ha podido salir del círculo vicioso de elegir populistas que crean desastres de gasto público desmesurado, para después pasar a los líderes técnicos capaces, pero con poca sensibilidad social, para luego volver al populismo.

Su apellido es símbolo de un movimiento que, sin una ideología bien definida —únicamente el manejo de masas—, se traduce en derroche económico. La polarización e inestabilidad que causaron sus gobiernos (y el de sus dos esposas) siguen causando estragos económicos en Argentina hoy.

Al igual de Perón, otros líderes han querido crear movimientos políticos personalísimos basados en la movilización de masas y el gasto gubernamental.

Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa lo buscaron. También Alberto Fujimori y Jair Bolsonaro, con tendencias de derecha. Ahora, el modelo de populismo peronista le toca, con sus características particulares y locales, a López Obrador.

Con la politización de las elecciones federales a celebrarse el próximo año, el presidente López Obrador buscará mantener su legado para las décadas. Para ello, al igual que Juan Domingo Perón, la narrativa y carisma son las bases de una frágil casa de naipes. Ungirá a su candidata a la Presidencia, buscará mantener la polarización y querrá mantener la narrativa de ser el transformador económico y político de nuestro país.

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Sin embargo, detrás de esa construcción artificial, siempre estará el legado económico y de polarización que tendremos que pagar de alguna forma y otra en el futuro cercano.

¿Será el peronismo mexicano?

 

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