Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

13 Ene, 2021

Insurrección e instituciones

La semana pasada marcó un hito con respecto a los movimientos populistas. En un hecho que pareciera salido de una novela, en Estados Unidos se vivió la toma de su Congreso por parte de militantes del trumpismo, lo que varios países de América Latina hemos padecido por décadas: la falta de respeto por las instituciones, el líder sacudidor de masas, las mentiras sistemáticas y el centralismo autoritario de un líder mesiánico que tiene todas las soluciones.

En un hecho lamentable que marcará la historia de ese país, el presidente Donald Trump desestimó a las instituciones y a un presidente electo legítima y legalmente para alimentar sus propios propósitos narcisistas autoritarios. Arengó a las masas para tomar violentamente el Capitolio, la sede del Poder Legislativo.

Sin embargo, ante todo esto surgen las preguntas ¿qué tienen en común estos movimientos populistas? y ¿cuál es su base ideológica?

De acuerdo con lo que dice Cas Mudde en su libro Populismo: una breve introducción, éste no tiene base ideológica. Su base intelectual es moldeable a los deseos del líder, sobre todo en países de América Latina, donde la desigualdad es más grande. En ese sentido, el populismo se basa en la premisa de la lucha de los pobres: los desprotegidos o los oprimidos en contra de las élites, los extranjeros y los empresarios que oprimen a los demás. Es, en sí, una dinámica del líder político explotando los sentimientos reales o artificiales versus las “elites”, de acuerdo con la definición que más convenga en el momento.

El problema es que América Latina es tierra fértil para este fenómeno, pero no es la única región o país con este problema. El líder populista arenga a las masas en contra de un objetivo común, generalmente las élites, pero —de acuerdo con la región o país— se ajusta a los dolores ancestrales que afectan la sique social. Así, en Europa los populistas son nacionalistas antieuropeístas, creyentes en el excepcionalismo racial o nacional y por lo tanto, antiinmigrante. En Estados Unidos, con Donald Trump, el populismo compartió esta visión antiélites y antiinmigrante, basada en una coalición de republicanos y nacionalistas de ultraderecha.

En México, el populismo del Presidente es nominalmente de izquierda, basada en recuperar la grandeza histórica, pero realmente basada en una coalición de personajes de todas las denominaciones políticas aglutinadas en torno a un solo personaje que asigna virtud y riqueza. Socialmente, la base ideológica del líder es cristiana conservadora, mientras que en lo económico tiene elementos de neoliberalismo puro (p.e. la austeridad y reducir al Estado a su mínima expresión), pero otros de izquierda comunista centralizadora donde el Estado es todo.

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El problema con estos movimientos es que, como en Estados Unidos, el desenlace es generalmente negativo para las instituciones, el país y la gente que dicen proteger. Estados Unidos, con toda la fortaleza democrática de sus instituciones, tendrá que repensar las reglas de sus elecciones y la virtud de sus gobernantes. El trauma y la polarización del trumpismo durarán por años y, seguramente, la sospecha de un supuesto fraude electoral se mantendrá para un sector.

Así, la experiencia de México y otros países con líderes populistas es ahora la suya. El desenlace generalmente no es positivo.

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