Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

17 Mar, 2021

La malvada interdependencia

Para nuestro Moralizador en Jefe, el área que representa el nacionalismo económico por excelencia es la energía. Retomando narrativas políticas de la izquierda populista cardenista y las expropiaciones eléctricas de López Mateos, López Obrador piensa que el sector energético y los monopolios estatales son la salvación de este país; el Estado es el creador, el sector privado, explotador. Nada por encima del Presidente y todos por debajo de su divinidad y omnipresencia.

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No obstante, la incremental complejidad de nuestra economía y nuestras interconectadas relaciones comerciales con Estados Unidos y Canadá, para este gobierno todo lo extranjero es “colonizador”, tramposo, conquistador. Lo que es desconocido, ignorado o no encaja en los dogmas de fe revolucionaria setentera, es neoliberal y extranjerizante. Nosotros, con nuestro nacionalismo, podemos salvarnos solos; el pueblo bueno salva al propio pueblo bueno (nacional). Soberanía debe ser igual a una pintura soviético-nacionalista de Diego Rivera; idealizando al maíz, a la mirada hacia el horizonte de un fornido guerrero azteca milenario y una mujer, vestida en bata blanca, que siembra y cuida hijos, nada más. Fuera de la raza milenaria y los héroes patrios, los extranjeros son rapaces explotadores y violadores de ésta, la rica pero manipulada tierra de nuestros ancestros.

Por ello las referencias a la herida de la Conquista en el discurso de la 4T, el cambio de nombre de calles en la Ciudad de México para borrar el trauma de esos colonizadores inmigrantes europeos (a propuesta de la jefa de Gobierno, de origen búlgaro-lituano) y las cartas a España demandando el perdón por todos esos crímenes coloniales. No es entonces únicamente un nacionalismo económico, también lo es cultural y redentor de nuestras raíces.

Ante este panorama, la energía es símbolo de nuestra riqueza saqueada y, gracias al gobierno, “estamos recuperando la soberanía” a través de sus medidas draconianas, sin mayor instrumento que los deseos de nuestro máximo redentor, el Presidente. Fundamentos constitucionales y legales hay muchos, pero, ¿para qué molestarse por respetarlos? Una política de “confiabilidad” energética inconstitucional, emanada de la Secretaría de Energía, debiese corregir el camino. Si el Poder Judicial la tira, entonces debe ser una iniciativa preferente de reformas a la ley que rige la electricidad que, sin mayor debate en el Congreso, es aprobada y luego “corruptamente” suspendida en amparos por el Poder Judicial.

Si nos estorba un juez, entonces éste es antipatriótico, neoporfirista y corrupto. La evidencia ante una acusación de esa naturaleza no es necesaria; la palabra del máximo Señor en las mañanas y una carta son suficientes para sanar un alma, perdonar violadores o, en este caso, señalar a los malvados jueces y abogados, opositores y hasta extranjeros rapaces.

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La interdependencia económica con los “imperialistas yanquis” y conquistadores europeos debe ser sutilmente borrada. Ésta, con la globalización, son malvadas. La dependencia debe nacer de lo que su alteza serenísima desee entregarnos a nosotros, sus sujetos. El Estado no son las instituciones, el Estado soy yo, el máximo redentor de lo que el pueblo desea y requiere. El Estado es moldeable a sus deseos.

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