Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

15 Dic, 2021

Papá gobierno y las materias primas

 

Si algo nos enseña la historia es que, en países en desarrollo, el Estado es pésimo administrador de empresas públicas con bienes “de la nación”. El ciclo inicia con la fiebre por un recurso natural. Se descubren reservas. El Estado, desconocedor del potencial de una materia prima –como el petróleo, litio u otros–, deja inicialmente al sector privado la explotación de estos recursos. El sector privado, bajo la promesa de seguridad en sus inversiones y un horizonte de inversión de al menos 15 años, invierte en capacidades industriales para extraer estos recursos pensando que nada pasará. El gobierno los protege.

Cuando ya se ha invertido, los precios están altos y las compañías tienen mayor riesgo en sus inversiones, casualmente interviene el Estado con la excusa de posiciones ideológicas convenientes para el momento (los extranjeros nos explotan) y expropia el recurso natural. Lo que viene después son décadas de corrupción, mala administración, decisiones políticas y la interminable politización del recurso natural como fuente de nacionalismo e identidad cultural (el llamado nacionalismo de los recursos). Se santifican personajes de la clase política como Lázaro Cárdenas en México, Gamal Nasser de Egipto, Fidel Castro de Cuba, Hugo Chávez de Venezuela, Evo Morales de Bolivia y otros.

Todos tienen en común seguir el mismo guion de expropiación y denuncia de intereses extranjeros para, en privado y fuera de los reflectores, participar en las industrias expropiadas. Así, expropiaron “para el pueblo” sectores industriales como el petróleo, el azúcar, las presas y la minería. Todos estos bienes o industrias fueron desarrollados por “rapaces” empresas extranjeras para después ser incautadas por la santidad revolucionaria. Acaban en manos del Estado para ser malgastadas, sobreexplotadas y hacer nidos de corrupción e intereses políticos cruzados.
Por eso, un tema que ha quedado en el olvido en la reciente iniciativa de reforma en generación de electricidad del presidente López Obrador es la virtual expropiación “para el pueblo” del litio; materia prima para la fabricación de baterías de los electrónicos, como celulares y computadoras, que utilizamos todos los días. En una concepción tropicalizada de este nacionalismo revolucionario, el Presidente y sus asesores pretenden hacer del litio el nuevo petróleo, fuente inagotable de riquezas e identidad cultural para las siguientes generaciones, sin saber siquiera para qué lo quieren o cómo lo van a explotar.

Con la ocurrencia en mano, el Presidente incluyó al litio en sus prioridades para el Estado en la reforma constitucional en electricidad. ¿Por qué? Porque puede y así lo dicta su particular nacionalismo extraído de las “mejores” prácticas de los líderes revolucionarios que crearon esos monstruos de corrupción y mala administración llamadas Pemex, Pdvsa y otras. En su cabeza, sólo el Estado puede administrar esa “abundancia” a través de una empresa estatal hechiza para el momento revolucionario de la Cuarta Transformación.

Es incierto lo que pasará con estas reformas y con la expropiación del litio. Sin embargo, lo que es cierto es que vivimos momentos de ideologías rancias cuando debiésemos estar aprovechando nuestra posición privilegiada en el mundo.

 

 

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