Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

4 Nov, 2020

Polarización americana

Diría Steven Levitsky, profesor de Harvard y autor de Cómo mueren las democracias, que con la llegada de Trump a la presidencia se erosionó el decoro político de respetar ciertas reglas no escritas y reconocer a los contrarios con observancia democrática. Al final, la política es un teatro en donde los actores, al acabar su función, debiesen seguir siendo compañeros.

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Con Trump en la Presidencia, Estados Unidos ha perdido legitimidad como la fuerza preeminente del mundo y lo que Joseph Nye, también profesor de la misma universidad, llama el poder suave (soft power, complementario al poder duro militar), compuesto de la cultura, los valores políticos y la política exterior. Son estos dos últimos elementos del poder suave que más han sufrido en manos de alguien que no esperaba ser Presidente y que, con el ejercicio del poder, se ha dedicado a vengar sus agravios personales y atacar sistemáticamente a sus oponentes sin recato alguno.

Es así como llegamos a la fecha cero de las elecciones. En un hecho histórico, a un día de la fecha oficial —el 2 de noviembre— para elegir Presidente y parte del Congreso de Estados Unidos, ya se habían emitido más de cien millones de votos por correo. A eso hay que sumar casi 61 millones de votos emitidos el día de ayer que, de acuerdo con el diario The New York Times, fue el mayor número de votos en cien años.

Esto, sin duda, habla de la enorme trascendencia que ha tenido, para mal, el gobierno de Trump. La erosión gradual de las instituciones democráticas fue inicialmente imperceptible, pero se aceleró cuando acentuó el poder populista Trump (al igual que otros presidentes, como Jair Bolsonaro o Hugo Chávez). Si, inicialmente, se pensaba que, una vez en el poder, Trump moderaría su discurso, la práctica del poder sólo resaltó sus locuras y hemos llegado al extremo de temer que no reconozca una posible derrota. El efecto ha sido una polarización sin precedentes en la sociedad estadunidense, alimentada por extremos de ciertos sectores de izquierda —centrados en la justicia social radical— de las costas de EU y la derecha extrema —de los racistas-nativistas—, emanados de las zonas rurales o castigadas del país.

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Lo cierto es que, de perder Trump —como se prevé—, la labor de Joe Biden será monumental al intentar regresar a la sociedad estadunidense al justo medio político y la normalidad de una presidencia aburrida. Para muestra, de acuerdo con Pew Research (https://pewrsr.ch/3jXltql), un 34% de los votantes se identifica como independiente, pero 33% como demócratas y 29% como republicanos. Los partidarios de uno y otro partido político son el voto duro inamovible y no se pueden ver a los ojos sin insultarse. En otras palabras, el país está dividido en tercios y es el justo medio de los independientes el que decide las elecciones.

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También es interesante que, no obstante que se ha pluralizado la sociedad estadunidense, con minorías creciendo en representatividad, sigue existiendo un 69% de votantes blancos, muchos de los cuales respaldan una presidencia de Trump. Son ellos de quienes habrá que estar pendientes no sólo en una presidencia de Biden, sino en posteriores elecciones. La moneda sigue en el aire.

 

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