El ruido de algunas zonas del DF equivale a una aspiradora en tu oído

Vivir junto a una avenida principal de la Ciudad de México me recuerda algo a diario: esta ciudad es muy (¡MUY!) ruidosa. Desde los vagoneros en el Metro de la ciudad, que meten bocinas al mayor volumen posible con total impunidad, promocionando los 180 éxitos del rock en español, hasta quienes promocionan los puestos de comida de los tianguis a gritos y llamando la atención con una franela roja, estamos rodeados de ruido buena parte del día (y, muchas veces, la noche).

Un buen amigo mío, originario de uno de los países más tranquilos que uno podrá conocer, Suiza, decidió visitarme hace unos años tras mi mudanza a esta ciudad. Su sorpresa fue descubrir que no había un segundo de tranquilidad en ella; que la Ciudad de México no sólo es una descarga de colores, sabores y personas en constante movimiento, sino de sonidos de muy distintos orígenes que, todos juntos, sólo implican una fuente constante de ruido. Sobra decir que mi amigo tuvo jaquecas durante la mayor parte de su estancia.

A eso se suma que quienes habitan en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México y manejan un auto adquieren el curioso tic de tocar el claxon por todo: si no avanzan en un congestionamiento vial (acompañado de la ya clásica respuesta “¡Pues bríncame, %#$%!”), si un peatón o ciclista se cruza en el camino de su máquina de tonelada y media de peso, o simplemente si algo no le parece.

El problema es que paulatinamente te acostumbras si llegas a vivir a la ciudad, o simplemente te parece algo normal tras haber pasado toda tu vida en el Valle de México. Sin embargo, el ruido es un problema latente que tiene consecuencias sobre la salud física y psicológica de quienes habitamos esta ciudad; y, además, comienza a estudiarse como una fuente importante de contaminación en ecosistemas urbanos.

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, esto no sólo es un asunto de molestia: los efectos causados por el ruido pueden ir desde dolor de cabeza,  variación de la presión arterial y cansancio crónico, hasta cardiopatía, neurosis, depresión y sordera. Además, tiene implicaciones en procesos cognitivos: a más de 40 decibeles (dB), se dificultan los cálculos y la eficiencia; y, a partir de los 60 dB, se dificulta para escuchar, leer y aprender adecuadamente.

Si usted cree que exagero, le recomiendo echar un ojo a este informe técnico de la Universidad Autónoma Metropolitana - Azcapotzalco, que elaboró el primer mapa de ruido vehicular en el Distrito Federal en 2010. La imagen nos da una representación clara del problema: las zonas rojas tiene niveles de ruido de alrededor de 65 dB, equivalente a tener un lavavajillas funcionando en nuestro oído todo el tiempo; las zonas que tienden al color negro tiene niveles promedio de ruido de 85 dB, similares al ruido producido por una aspiradora o una sopladora de nieve. Así, es más fácil darse cuenta (si no lo habías hecho ya) que esta ciudad es una fuente inagotable de ruido.

Sobra decir que, al menos en la Ciudad de México, tenemos legislación vigente en esta materia: generar ruido no es delito, pero sí una falta administrativa. En el interior de casas, departamentos y oficinas, el máximo permitido de ruido son 63 dB en el día y 60 dB en la noche. En exteriores, los umbrales de ruido son de 65 y 62 dB, respectivamente. Puedes denunciar fuentes de ruido con la Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial (PAOT), la Secretaría de Seguridad Pública del DF, la Procuraduría Social (Prosoc) o ante un juzgado cívico.

Cada vez que pienses tocar tu claxon incesantemente en medio de una congestión vial, piénsalo dos veces: quienes te rodean seguramente te lo agradecerán.