Tanta lluvia, ¿para qué?

Como habitante foráneo de la Ciudad de México, he desarrollado una hipótesis sobre el comportamiento de su población en esta época: las lluvias sacan la peor faceta de las y los chilangos. Como los Gremlins de la película de 1984, quienes viven en la Ciudad de México se transforman con el agua de lluvia, volviéndose sumamente irritables y agresivos, lo cual se agrava cuando están al volante de un automóvil.

La realidad es que este fenómeno se repite en muchas ciudades del país, donde la inadecuada gestión pluvial tiene muchos efectos negativos: las calles, avenidas y banquetas se encharcan o inundan, imposibilitando el tránsito vehicular y peatonal; la basura en las calles tapa las alcantarillas, lo que provoca o empeora las inundaciones; los ríos y canales se desbordan, así como el drenaje, provocando situaciones insalubres con las aguas negras al aire libre.

En fin, la enorme mayoría de las ciudades mexicanas colapsa en época de lluvias, y la Ciudad de México se lleva una estrella en la frente por el mayor colapso de todos. ¿Lo peor de esta situación? Estos problemas se incrementarán conforme se expandan las ciudades, tanto geográfica como poblacionalmente, y la gestión pluvial no se adecue a los problemas actuales.

Usemos a la Ciudad de México como el ejemplo ideal de lo que no deben hacer las otras ciudades del país. La región hídrica Lerma-Santiago-Pacífico, la más poblada de todas y donde se ubica el Valle de México, tiene el 20% de los habitantes del país pero solamente el 8% del agua renovable nacional. La Ciudad de México enfrenta un reto adicional en este sentido: actualmente, apenas hay ríos permanentes en la ciudad, por lo que las aguas subterráneas son su principal recurso hídrico.

Dicho de otra forma, dado que no tenemos ríos suficientes en la ciudad, recurrimos en su mayoría al agua ubicada muchos metros bajo tierra. El problema detrás de esto es que sacamos más agua de la que entra bajo tierra: la recarga del acuífero es de 31.6 metros cúbicos por segundo, mientras que extraemos 59.5 metros cúbicos de agua por segundo. Si hacemos una sencilla resta, nos daremos cuenta que estamos consumiendo un exceso de casi 28 metros cúbicos por segundo; y si recordamos las clases de física elemental, sabremos que ese espacio que ocupaba el agua se tiene que llenar de algo más, lo que provoca que la Ciudad de México se esté hundiendo a razón de entre 8 y 37 cm por año. Así, la ciudad se ha hundido 10 metros en los últimos 100 años.

En contraste con esto, en la Ciudad de México llueve en promedio 45 días al año, con lo que recibe 733.8 milímetros anuales de agua, que equivale a 1,100 millones de metros cúbicos. Sin embargo, desaprovechamos el 90% del agua de lluvia que cae en la ciudad. Esta contradicción de la Ciudad de México se repite en la mayoría de las ciudades del país, donde encontramos los problemas generados por el desabasto de agua al mismo tiempo que las consecuencias del exceso de caída de agua de lluvia. De esta forma, la lluvia es vista como un problema, debido a la pésima gestión del agua, cuando puede representar una oportunidad gracias a la recolección. Vale la pena echar un ojo al trabajo de Isla Urbana, asociación dedicada a desarrollar proyectos urbanos de cosecha residencial de lluvia para volverla un componente integral del sistema de manejo de agua en México.

Presionemos para que esta contradicción entre exceso de lluvia y escasez de agua potable deje de existir en nuestro país; que la lluvia deje de ser un problema recurrente y se transforme en una verdadera oportunidad para aliviar el que seguramente será uno de los peores males del siglo XXI (especialmente en las ciudades): la escasez y posesión de agua potable.

*gl