Edgar Amador

Edgar Amador

14 Oct, 2019

¿Quién le teme a la inflación?

 

En México vivimos una excepción económica: tenemos inflación al punto que, en años recientes el Banco de México ha estirado las tasas (quizá más de lo apropiado) para contenerla. Pocos países en el mundo tienen problemas de inflación: quitando a las causas perdidas que son Venezuela y Zimbabwe, un conjunto reducido de economías presenta tasas inflacionarias altas: Argentina y Turquía son algunos ejemplos. El resto del mundo, sobre todo las naciones ricas, tienen un problema, la falta de inflación o la deflación incluso.

Un vendaval deflacionista ha sacudido al mundo en los últimos treinta-cuarenta años, proveniente de dos fuentes principales: el desarrollo tecnológico y el surgimiento de China (y en menor medida México, Vietnam, Corea y el sureste asiático) como el manufacturero del mundo. Ambas fuerzas se han traducido en una reducción de los costos laborales y de los insumos tan dramática, que los márgenes de ganancia de las empresas han podido seguir subiendo sin que aumenten los precios finales o incluso con deflación en precios en el anaquel.

Lo anterior junto con el petróleo shale, la plétora de gas, el advenimiento de las tecnologías renovables y su cada vez menor precio, han sometido todo el proceso de producción a una reducción dramática de costos, la cual, aunada a la contención salarial en el mundo, ha permitido que los márgenes de ganancia suban sin subir los precios finales.

En el sector de servicios, dependiente de las comunicaciones, las tecnologías de la información y el procesamiento de datos, la fuerza deflacionista ha sido similar o mucho más fuerte. Produciendo un escenario donde los costos unitarios de producción de los servicios son capaces de soportar precios unitarios finales cada vez más bajos, al tiempo que las ganancias suben, como por ejemplo, en el comercio electrónico, en la transmisión de voz y datos, en las comunicaciones en general y en los servicios directos a las personas y empresas.

Esta fuerza deflacionista que ha permitido un abatimiento dramático de los costos y el estancamiento o reducción de los precios finales, puede ser una de las razones detrás de las tasas negativas que vemos en la tercera parte de los bonos de deuda en el mundo. Quizá una de las razones que los inversionistas estén viendo, al aceptar cupones negativos, sea justo que esta fuerza deflacionista sea una tendencia secular de largo plazo y un escenario de precios finales descendentes, ganancias al alza y costos abatiéndose, se encuentre enfrente de nosotros.

 

  • Pero en mi opinión, el riesgo más importante para la economía global (y la mexicana por supuesto), es que ese supuesto no se cumpla y que la inflación en algún momento en el futuro nos dé una sorpresa desagradable y brinque como la liebre: por donde menos lo esperamos.

Es natural que para atisbar el futuro usemos el pasado como medida. Otear lo que ocurrirá el instante siguiente es imposible y hacia atrás tenemos la visibilidad completa, así que usar el pasado y proyectarlo es lo mejor que podemos hacer para pronosticar.

Hasta ahora, suponer que el proceso deflacionista es una tendencia de muy largo plazo ha sido confirmado, y el larguísimo rally del mercado de bonos, en donde se han hecho enormes fortunas entre quienes compran de manera consuetudinaria bonos de largo plazo, lo corrobora. Incluso con tasas negativas, los inversionistas han ganado al prolongarse el hundimiento de tasas, que al principio parecía imposible.

¿Será cierto que nada dura para siempre? ¿La tendencia deflacionista tiene ímpetu y la veremos continuar por décadas? ¿O estamos relativamente cerca de una reversión de la misma? Ojalá que esa reversión esté lejana, porque de ocurrir, la inflación en los precios de los activos financieros, pues es allí en donde se ha refugiado el alza de precios, se reventará de fea manera y prácticamente todos los mercados financieros y sus clases de activos sufrirán las consecuencias.

 

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