Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

10 Jun, 2013

Privacidad

Si usted es una persona demasiado celosa de su privacidad en internet, para no hacer demasiados corajes conviene tomar en cuenta algunos datos de cómo funciona la red, que por más obvios o básicos que parezcan, no todo el mundo conoce y, ciertamente, tampoco está obligado a saber.

Primero: toda información personal que se sube a internet (nombre, domicilio, teléfono, número de tarjeta de crédito) deja de pertenecerle exclusivamente al usuario y se convierte en patrimonio compartido de alguien más, llámese proveedor de correo, administrador de sitios, red social, desarrollador de aplicaciones, compañía telefónica, tienda en línea, etcétera.

Segundo: los correos electrónicos no son iguales a las cartas tradicionales, cada vez más en desuso. Un mensaje epistolar en papel, en sobre cerrado y con un sello postal como prueba de que se cubren los gastos de envío, ha estado siempre protegido por el principio jurídico llamado secreto de la correspondencia, vigente en varias constituciones del mundo, incluida la mexicana. La inviolabilidad del correo supone una obligación para el Estado, facilitador además de ese servicio público. Y si bien ese principio se ha extendido a las comunicaciones electrónicas, la diferencia es que éstas son provistas por empresas privadas, en su mayoría estadunidenses, que poseen el password que el usuario les proporcionó para acceder a sus mensajes. El e-mail, por tanto, técnicamente puede ser intervenido por un tercero sin que nadie se dé cuenta... o a solicitud de algún gobierno.

Tercero: los mensajes directos de Twitter son privados sólo si los envía como texto. Pero si usted manda una liga con una imagen, ésta necesariamente llevará al servidor de un tercer sitio en el cual quedará depositado el archivo gráfico, el cual sí es público... y por lo tanto, la imagen tuiteada en un DM será vista por todos sus seguidores, como ya le ha ocurrido a una que otra celebridad.

Cuarto: si usted está harto de que sus amigos le envíen invitaciones a juegos, no los culpe: lo hacen sin darse cuenta. En el momento de entrar a una aplicación ellos aceptaron compartir toda la información de sus contactos y éstos recibirán invitaciones que en realidad se envían de forma automatizada. Es uno de los costos que hay que pagar en el modelo de gratuidad de las redes sociales, basado en que se financien incrementando exponencialmente su base de usuarios
 para hacerlos receptores de publicidad o clientes de servicios agregados.

Quinto: es muy probable que los sitios de internet tengan personal monitoreando día y noche cuanto texto, imagen o video se postee que ofenda los ojos de las buenas conciencias. Pero lo más seguro es que si una publicación fue retirada (y su cuenta, bloqueada), es porque a alguno de sus contactos no le gustó y la reportó. Dos conclusiones: el contenido de nuestros blogs y cuentas en redes sociales en realidad no nos pertenecen (al final el sitio tiene la última palabra sobre lo que se publica) y... nuestros conocidos no piensan igual que nosotros.

Todas estas verdades vienen a cuento tras la revelación del diario británico The Guardian de que la Agencia de Seguridad Nacional estadunidense (NSA, por sus siglas en inglés) recabó registros telefónicos de millones de clientes de la firma Verizon, y de un segundo reporte de The Washington Post de que la propia NSA y el FBI accedieron a los servidores centrales de Google, Apple, Yahoo,
Facebook y Microsoft, en el contexto de la lucha contra el terrorismo.

Aunque el programa en el que se basa esta intrusión no es nuevo (data de la era Bush), ha reencendido la polémica acerca de hasta dónde puede un gobierno acceder a la información privada en la red. Por lo pronto, Obama negó que se haya escuchado el contenido de alguna llamada telefónica y precisó que el espionaje cibernético no se aplicó a ciudadanos de Estados Unidos o residentes de ese país, si bien aclaró: “no se puede tener ciento por ciento privacidad y ciento por ciento seguridad al mismo tiempo”.

Más allá de esta controversia, sólo nos queda a los usuarios comunes y corrientes recordar los límites de estas tecnologías a la hora de publicar, y no concebirlas como extensiones de nuestro ser que están a nuestra entera disposición y control.

En síntesis: la mejor protección a la privacidad se llama simplemente sentido común.

*marco.gonsen@gimm.com.mx