José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

18 Nov, 2016

Plan B

Estuve el martes pasado en una reunión conjunta de dos iniciativas extraordinarias, el Grupo de Trabajo para la Competitividad de Norteamérica (NACWG, por sus siglas en inglés) del George W. Bush Institute y la Reunión Continental de Estrategia para la Competitividad de América del Norte (NASCO).

En estos días aciagos, secuela de una elección presidencial en EU con tintes de proteccionismo e ignorancia que amenazan el orden económico y político mundial, fue alentador escuchar tantas voces sensatas que defienden la integración económica de Norteamérica con pasión, inteligencia y esmerado conocimiento.

Ambas reuniones se celebraron en las instalaciones del Bush Institute, que junto a la Biblioteca Presidencial y el Museo que relata momentos culminantes del gobierno del Presidente Bush (2001-09), integran un magnífico recinto en el hermoso campus de la Universidad Metodista del Sur en la ciudad de Dallas.

Si bien la reunión del NACWG, que contó con la participación del expresidente, fue off-the-record, la del NASCO que siguió inmediatamente a la anterior, fue pública. El ánimo de los asistentes era, en general, de cauteloso e institucional optimismo, al afirmar que no es lo mismo ser candidato que Presidente en funciones.

Bush dijo que le parecía inútil que un expresidente criticara a sus sucesores, aunque señaló que una de las misiones de su instituto era la de sublimar pasiones políticas y defender principios básicos, y que una de esas pasiones consiste en definir cómo hacer a EU más competitivo en el mundo, en beneficio de todos sus habitantes.

En el corazón de la propuesta del instituto está la definición de las políticas públicas que permitan acelerar el crecimiento económico de su país, lo que requiere fortalecer y hacer más eficientes los lazos que unen a los países de Norteamérica, cuyas economías son complementarias y están irremisiblemente integradas.

Bush dijo que la explicación del malestar de un amplio segmento de la población que culminó con la reciente elección presidencial, era el enojo con un statu quo, que ha implicado bajo crecimiento económico, estancamiento salarial y pocas oportunidades.

Si bien el mensaje optimista de Bush fue recibido con entusiasmo por los asistentes, todos creyentes en la libertad de los mercados y en el libre comercio, en los corredores se oían serias dudas que el Presidente electo entendiera cabalmente el mensaje que la institución presidencial es mucho más importante que su ocupante.

Varios de los asistentes cuestionaron que el gobierno de México ostensiblemente no había salido de su pasmo, repitiendo hasta la saciedad que todo estaba bajo control y que el país se hallaba bien preparado para la eventualidad de que el Presidente electo cumpliera sus promesas de campaña, aunque pensaban que ello era improbable.

Dado el perfil de Trump, su nefasto plan para los primeros 100 días de gobierno y la calidad de varios de los nombramientos que ya ha hecho y que se rumora que hará pronto, es indispensable que nuestras autoridades tomen en serio el peligro y se aboquen a definir un Plan B de las medidas a tomar en reciprocidad a las de EU.

Por ejemplo, ante el amago de Trump de deportar a 2 o 3 millones de indocumentados a nuestro país, hay que formular un plan para definir la situación migratoria del número indeterminado de ciudadanos de EU que residen ilegalmente en México y preparar su deportación, lo que requerirá de un esfuerzo enorme de las entidades encargadas del tema, como Gobernación, el INM, la PGR y la Policía Federal.

Seguiremos en entregas futuras planteando en detalle las piezas del Plan B que hay que tener listo antes que el nuevo gobierno de EU tome posesión en enero próximo, pues será una carta indispensable de negociación, aunque deseemos fervientemente que no sea necesario usarla.

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