Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

25 Oct, 2017

Acoso

 

El caso de Harvey Weinstein da para todo un dramón de los que tanto encantan a Hollywood: el Rey Midas que transformaba en Oscares y prestigio todo lo que producía, hoy está reducido a un vulgar depredador sexual. Pateado por las estrellas que ayudó a encumbrar, su conducta reveló una práctica común en una de las industrias, supuestamente, más liberales y políticamente correctas del mundo.

Pero no es la historia del cofundador de Miramax la que llegará próximamente a la pantalla grande, sino la de la mucho menos conocida Susan J.  Fowler, ingeniera de 26 años de edad, quien el 19 de febrero pasado inició la bola de nieve que arruinaría la carrera de Travis Kalanick, una de las más brillantes promesas de Silicon Valley, que casi arrastra en su caída a su obra cumbre, Uber.

El lunes, la página deadline.com –especializada en adelantar lanzamientos de la industria cinematográfica– anunció que la productora independiente Good Universe (corresponsable, entre otras cintas, del remake de la aclamada cinta coreana Oldboy) realizará una película tentativamente titulada Disruptors, basada en el relato de Fowler y que, según ese sitio, sería una suerte de mezcla entre los libretos de Erin Brockovich y La red social.

Atizada por el mucho más ruidoso caso Weinstein, la fama global de Fowler comienza a despegar: el domingo se publicó en The New York Times la primera entrevista que concede, la que comienza diciendo que en enero de 2016, ella estaba literalmente en las nubes, trabajando en la empresa soñada y superamigable con las mujeres, con un 25% de ingenieras.  Por esas fechas conoció al que hoy es su esposo, quien, por cierto, no usaba Uber, molesto por una nota en la que Kalanick presumía que ser CEO de esa firma de transporte le ayudaba a tener éxito con las mujeres.

Con el título Reflexionando sobre un muy, muy extraño año en Uber, Fowler narra en su blog cómo su jefe inmediato le envió insinuaciones sexuales en el chat interno de la compañía, de los cuales tomó captura de pantalla y lo reportó ante recursos humanos. Contrario a sus expectativas, los ejecutivos de la compañía consideraron que se trató simplemente del “error inocente” de uno de sus ingenieros “de alto rendimiento”, a quien no querían molestar porque era la primera denuncia en su contra. Como opción, Uber le sugirió cambiar de equipo de trabajo o quedarse en el mismo (donde ella, por su especialidad, quería estar), pero asumiendo el riesgo de que podría tener una evaluación negativa de su jefe. Incluso, un representante de recursos humanos le advirtió que si eso ocurría, no sería tomado como una represalia, pues ya se le había dado opción de separarse de su acosador.

Finalmente, transitó por varios equipos de trabajo antes de aterrizar en uno, pero en el camino conoció testimonios de otras ingenieras que habían recibido propuestas similares del mismo mánager, que desmentían el argumento de recursos humanos de que era “su primera ofensa” y cuyas denuncias tampoco prosperaron. Con el tiempo, el ingeniero acusado dejó Uber, aunque nunca se supo por qué. Pero el problema no terminó ahí: aun cuando el desempeño de Susan era de altísimo nivel, y así lo demostró con altas calificaciones dentro de las evaluaciones, fue bloqueada para obtener una promoción dentro de la compañía. El sexismo, aunado al desorden corporativo interno, hizo que el porcentaje de ingenieras dentro de Uber bajara de 25 a sólo seis por ciento.

Fowler denunció que la cultura de discriminación llegaba a absurdos tales como excluir a las ingenieras de un reparto de chamarras de cuero que la compañía prometió regalar, con el argumento de que eran demasiado pocas como para justificar la compra, aun cuando a ellas también se les tomaron medidas antes de encargar su manufactura.

Y finalmente, el departamento de recursos humanos le dijo que ella era el problema, acusándola de conservar los correos electrónicos de sus denuncias como si esto fuera intrínsecamente malo. Un gerente la amenazó con despedirla, y ella a su vez, lo acusó, queja que no prosperó porque éste también era “de alto rendimiento”.

Otros argumentos de película están en los relatos de Whitney Wolfe, quien demandó por acoso a Tinder, la app de citas que ella misma cofundó, y de Tina Huang, quien prepara una demanda colectiva para representar a 133 ingenieras contra Twitter, por discriminación laboral. Suena a grandes filmes en puerta, que no contarán con el auspicio de The Weinstein Company.

marco.gonsen@gimm.com.mx

 

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