Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

16 Jul, 2020

¿Cómo hacer participar al ciudadano mexicano?

Si intentáremos encontrar un ciudadano más apático y renuente a la participación que el elector mexicano, fracasaríamos en el intento. De pensar usted que miento o exagero, intente convencer de participar en algún partido a quien hoy afirma que debemos derrotar a todo candidato de Morena en la elección intermedia, e intente entender el porqué de su respuesta.

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Esa renuencia la encontrará casi en todos los ciudadanos y en cada sector social, al margen de su nivel educativo y socioeconómico. Ese elector vota por los candidatos de éste o aquel partido, pero rechaza militar ahí para contribuir a mejorar los procesos de selección de aquéllos. ¿Por qué? ¿A qué se debe esa renuencia? ¿Únicamente a los señalamientos que exhiben a los partidos como centros de una ofensiva corrupción, cual guarida de gánsteres y bandoleros? ¿En serio?

¿Es válido señalar la corrupción —en un país donde ésta hace funcionar el sistema—, como lo que nos lleva a rechazar militar en cualquier partido? ¿De dónde nos viene esa condena hipócrita, de algo que practicamos cotidiana y sistemáticamente?

Debe haber algo más; algo que tiene que ver con lo sucedido en México desde los años treinta del siglo pasado, cuando se habría diseñado y concretado el medio más eficiente de cooptación y embrutecimiento político-ideológico que país alguno hubiese construido: el nacionalismo revolucionario, cuyos efectos todavía hoy padecemos.

El nacionalismo revolucionario y su uso perverso —obra cumbre del que aún hoy es acríticamente adorado por millones: Lázaro

Cárdenas del Río— son, en buena parte, responsables de la actual renuencia del mexicano a militar en un partido político y/o participar en la cosa pública para hacer valer sus derechos, y criticar a los malos gobernantes y los pésimos legisladores.

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Los gobiernos sucesivos, con aquel instrumento, llevaron a millones de mexicanos a concluir que la solución de sus problemas no sería obra de su participación activa en la vida pública mediante su militancia partidaria, sino de estirar la mano ante el poderoso. Éste, bondadoso y protector, con dádivas miserables y promesas incumplibles los mantuvo en la peor de las servidumbres: la ideológica. A cambio de todo eso, ¿qué pedía el poderoso? Algo fácil: el voto a favor del partido del Todopoderoso, y de los candidatos que aquél designare.

Esa perversidad, que algunos ingenuos pensamos que la apertura empezaría a desterrar, está aquí —con este gobierno y su gobernante—, más viva que antes. Hoy, millones se han alejado más de lo que define toda democracia: ser un ciudadano consciente, crítico, responsable y participativo. Como pocas veces, millones están más cerca hoy de la servidumbre que somete, que de la ciudadanía que libera.

Dada esta realidad imposible de ocultar, ¿cómo “mover” al ciudadano? ¿Qué y cómo hacer para que participe y exija? ¿Cómo sacarlo de esa apatía inculcada durante decenios, y convencerlo de que la respuesta a sus problemas está en su participación política?

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Estirar la mano para que ahí caiga la dádiva que oprime, es la peor de nuestras tragedias. ¿Despertaremos a millones, antes de que sea tarde?

 

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