Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

11 Jun, 2020

¿En verdad piensan que no naufragarán?

Una figura que utilizamos para representar el desempeño de la economía y la vida política de un país es la de un barco que navega en altamar y debe llegar, al menos eso esperan y/o desean los que en él viajan, a puerto seguro. Llegar a éste en buenas condiciones, tanto el barco como la tripulación y pasajeros significaría, que el capitán (gobernante) habría hecho bien su trabajo.

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Por otra parte, si al barco le tocó enfrentar un mar picado —producto de vientos huracanados— y en el timón está un capitán inexperto, sin experiencia alguna en materia de navegación en alta mar, las capitanías de puerto cercanas no pueden menos que pronosticar lo peor: un naufragio.

Si a los elementos señalados se aúna el carácter del capitán, soberbio y sabelotodo que a nadie escucha, menos atiende las recomendaciones de sus marineros —algunos con amplia experiencia en mar abierto y que han enfrentado huracanes—, el temor que se deja sentir en aquellas capitanías suena como tragedia anunciada.

Sin embargo, en este barco sucede algo raro, por decir lo menos; por encima de las señales meteorológicas que ratifican las sospechas expresadas por algunos marineros experimentados que no han sido escuchadas (la tormenta no amainará sino al contrario, la fuerza del viento y la altura de las olas aumentarán), buena parte de los pasajeros y no pocos integrantes de la tripulación loan al capitán por su desempeño al timón además de pintarle un panorama del mar, casi idílico.

¿Qué hacer ante esta situación, que parece dirigir el barco al naufragio seguro? Los pocos que ven con preocupación lo que sucede, empiezan a intercambiar ideas las cuales, son decantadas en una que piensan funcionaría, dado el desenlace que parecería ser la suerte que correrían de no quitar el mando de la nave al capitán.

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Al hacerse del conocimiento del resto de los pasajeros —que por el momento se ve que la mayoría son de la idea aquélla—, las reacciones van de la condena de lo que juzgan como motín a lo que algunos del grupo mayoritario plantean en el colmo de la insensatez: echar al mar al grupo minoritario —prácticamente todos ellos pasajeros en primera clase—, por querer despojar del timón al capitán. Afirman, esos radicales, que deben ser echados al mar sin la menor consideración, previa confiscación de sus pertenencias, las cuales se repartirían entre los pasajeros de tercera clase.

Sin embargo, la navegación sigue con dificultades por el oleaje y la velocidad del viento y el enfrentamiento entre grupos y el subgrupo radical entre los mayoritarios. Los sensatos, intentan hablar de la situación que viven los pasajeros y la conveniencia de atender las recomendaciones de algunos miembros de la tripulación, dada su experiencia en navegación en mal tiempo, pero no son escuchados.

La respuesta del capitán es inmediata; acusa a los minoritarios de querer despojarlo del timón y rompe el incipiente diálogo con ellos. Se aferra al timón, insiste en que su conducción es correcta y cancela la comunicación con las capitanías cercanas pues sólo él sabe qué debe hacerse en esas condiciones.

¿Encuentra algún parecido con la Venezuela de hoy?

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