Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

3 Mar, 2020

No se desespere, falta poco

Los procesos de degradación de la gobernación de todo gobierno, al margen de su orientación política y la de quien lo encarna, llevan incorporada la variable tiempo. Unos duran poco porque fueron echados en la siguiente elección y otros, por el contrario, permanecen más tiempo lo cual, hay que aclarar, puede ser porque se permite la reelección, o los candidatos triunfadores pertenecen al partido gobernante.

El tiempo pues, es una variable a considerar cuando se está, como gobernado, ante un gobierno que se caracteriza por la incapacidad de quien lo encarna y de sus funcionarios o, también, por los modos autoritarios y despóticos que utiliza el gobierno para someter políticamente a la población.

Las más de las veces, ¡vaya realidad!, duran más los gobiernos encabezados por autócratas y dictadores, que aquellos donde la democracia, por más limitaciones y fallas que pudiere tener, establece las reglas para elegir al sucesor del gobernante en funciones.

América Latina tiene ejemplos para dar y tirar en esto de gobernantes autócratas y dictadores eternizados en el poder. También, por encima de los altibajos, tenemos ejemplos de continuidad democrática en algunos países de la región.

Al margen del régimen político de uno u otro país, en no pocas ocasiones el gobernante cae en la tentación de permanecer al frente del gobierno porque, piensa y así lo hace saber a sus gobernados –a veces de manera directa y en otras, veladamente–, que él es el único capaz de enfrentar y resolver los añejos problemas estructurales del país, pero, obviamente, necesita más tiempo que un periodo gubernamental.

Castro, Chávez y Maduro, Morales y Ortega serían, para no ir tan lejos en el tiempo, ejemplos acabados de lo que señalé. Sin embargo, ¿qué papel juega el ciudadano en estos procesos de permanencia del autócrata o aspirante a dictador? ¿El de comparsa, o es franco cómplice de las ambiciones del gobernante en turno?

Sea cual sea el papel que el electorado jugase, siempre hay un elemento que, por más intentos que haga el aspirante a perpetuarse, no controla: las ansias de libertad del ciudadano. Por más cooptado y manipulado que esté, llega el momento en el que dice: ¡ya basta!, que llegó el momento de echar al que pretende quedarse por siempre al frente del gobierno.

Las más de las veces, por no decir siempre, con malas artes y complicidades de funcionarios abyectos y serviles.

Otro elemento que juega en contra de los que ambicionan perpetuarse al frente del gobierno, es su incapacidad para realizar una gobernación responsable. Maduro, Ortega y López serían hoy, para no ir tan lejos, tres buenos ejemplos de ello.

Por otra parte, los malos resultados no pueden ocultarlos siempre. El ciudadano se da cuenta, y empieza a pensar cómo sacar del gobierno al que ha destruido el país y su economía. Otros, ante lo que parece una popularidad imbatible del autócrata, prefieren callar y esperar. Sin embargo, la degradación avanza, lentamente al principio, pero después, a una velocidad impensable.

 

¿Dónde estamos en México? Nadie podría responder. Lo que sí puedo decir, es que falta poco. No se desespere, falta poco.

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