Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

2 Jul, 2019

Por lo que oyó, ¿qué piensa?

La vida, no cabe la menor duda, es benévola con nosotros los mexicanos; por encima de nuestra irresponsabilidad y apatía política, nos brinda oportunidades a granel para que con los elementos que abundan, nos formemos una idea clara y objetiva de la situación concreta que enfrenta el país y la economía.

Anteayer domingo, el grito ciudadano expresado por miles de mexicanos conscientes de lo que enfrentamos como país, debería haber sido escuchado por quien gobierna (Es un decir, diría el respetado Salvador Camarena) asimismo, por quienes tienen en sus manos decisiones críticaspara el crecimiento de la economía mexicana.

Ayer lunes, otros miles de ciudadanos y funcionarios y un buen número de legisladores, acarreados los más a la Plaza de la Constitución, también gritaron. Sus gritos, hay que decirlo, fueron de una naturaleza distinta a los expresados el domingo.

Los de hace dos días fueron espontáneos y expresión consciente de quienes, en el ejercicio pleno de su libertad de expresión, difieren de manera respetuosa y ordenada de los que ayer aplaudieron lo que consideran, según su leal saber y entender, benéfico para el país.

¿Qué vio y oyó usted ayer? Y el domingo, ¿Qué vio y oyó, o ese grito sí lo escuchó? Con esas dos manifestaciones de rechazo o repudio, ¿qué hará usted? ¿Acaso ratificará lo que ya pensaba de la actual gobernación o, en un acto de honradez intelectual rectificaría?

Cualquiera que fuere su decisión reflejaría, sin duda, el ejercicio de libertad que todavía podemos disfrutar.

Otros países en América Latina, por desgracia, han perdido desde hace muchos años esa libertad; Cuba, Venezuela y Nicaragua serían tres ejemplos claros de lo que sucede cuando los ciudadanos se someten a quien no quiere disenso alguno.

Estamos aquí, bien nos valdría prestar atención, ante dos gritos diferentes; unos, los del domingo, son gritos que se deben escuchar.

No olvidemos que no pocas tragedias hemos enfrentado cuando el gobernante se ha negado a escuchar el grito de la calle. Le doy un ejemplo, el cual, no pocos todavía recuerdan por haberlo vivido: la manifestación silenciosa del 13 de septiembre de 1968.

Ese silencio fue, ¡vaya contradicción!, el grito de mayor intensidad que los estudiantes pudimos dar durante todo el movimiento.

Sin embargo, por encima de la intensidad del grito silencioso, el gobernante y su grupo cerrado se negó a escuchar el grito de la calle; craso error el cual, ¿quién podría hoy negarlo?, acabó en la tragedia el 2 de octubre de ese año.

Hoy, año 2019, difiere en mucho de las condiciones que privaban en México hace 51 años; sin embargo, hay un común denominador que va más allá de caprichos y egos. Hoy se impone, otra vez, la necesidad imperiosa de escuchar con atención el grito de la calle. De lo sucedido hace dos días y ayer, cada uno debe extraer sus propias conclusiones; las mías, las conoce de vieja data.

El México de hoy nos exige más calle con sus gritos y también, ¿por qué no?, con sus silencios; también, más decisión ciudadana y, de no haber escuchado los gritos recientes, ¿qué necesitaría para poder escucharlos? ¿Acaso más decibeles, o más valor civil?

 

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