Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

9 Jun, 2020

¿Por qué la renuencia, enfermiza, a aplicar la ley?

Es común que cuando vemos a alguien cometer varias veces el mismo error en alguna actividad digamos de él, casi sin pensar: Es que no se le da. Con esta expresión queremos decir, simplemente, que el aludido no domina esa actividad por más intentos que hace y por más interés que pone en ello.

Lo mismo puede decirse de no pocos gobernantes mexicanos los cuales, como aquél del primer párrafo, no dominan esa parte fundamental de la gobernación: hacer respetar la ley por todos, sin distingo alguno. Esto, para ellos, luce imposible; explica, además, en buena parte, lo que hemos padecido debido a la fuerza y presencia alcanzada por los grupos delincuenciales de índole diversa, desde hace una buena cantidad de años.

Desde finales de los años ochenta nuestros gobernantes empezaron a contemporizar con los grupos delincuenciales, al margen del carácter de estos; se les otorgó impunidad casi total y en no pocos casos, contaron con la complicidad abierta o encubierta de las autoridades encargadas de combatirlos.

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Así, como resultado, surgieron y se fortalecieron cárteles dedicados al narcotráfico y luego a la comisión de otros delitos, pero siempre disfrutando de la actitud omisa de la autoridad. Esta conducta fue la misma que nuestros gobernantes adoptaron frente a otros grupos de delincuentes quienes, hipócritamente, se dicen “luchadores sociales”.

Aquí, debe decirse, que fue Felipe Calderón y luego Enrique Peña Nieto quienes romperían con esa pasividad, sólo para que el presente gobierno regresare a la posición cómplice aquella.

Esos grupos van, desde quienes se dicen guerrilleros que buscan implantar el socialismo mediante la lucha armada, hasta los sedicentes maestros que integran la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, la Coordinadora Estatal de los Trabajadores de la Educación de Guerrero y algunos otros de índole similar.

Más recientemente han surgido grupos urbanos integrados por la escoria social —el lumpen— quienes venden sus servicios de destrucción y uso de la violencia al mejor postor.

La autoridad disfruta la zona de confort creada desde hace años, como consecuencia de equiparar aplicar la ley sin distingo alguno, con la represión.

Es tan burda y ridícula esta idea, que hubo incluso en la Ciudad de México un jefe de Gobierno que afirmó, sobrado y soberbio, que el suyo era un gobierno fuerte, razón por la cual no aplicaba la fuerza.

El actual gobernante fue más allá; sin sonrojarse, afirmó que con abrazos no balazos y unos cuantos chanclazos el asunto de la violencia estaría resuelto.

¿Qué explica dicha visión? ¿La ignorancia de lo que debe ser gobernar o del significado del monopolio legítimo de la violencia?

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Hace años, los del dorado autoritarismo y el “partido casi único”, el Estado no dudó en utilizar en contra de los grupos guerrilleros la fuerza del Estado, sin reparar en el respeto de la ley y los derechos humanos.

Años después, de ese extremo nos movimos al polo opuesto en el que hoy nos encontramos: La impunidad y/o la complicidad para con los delincuentes de toda índole.

Ante la ofensiva realidad actual: el control de vastas zonas del país en manos de la delincuencia, la pregunta ahí está: ¿por qué la renuencia enfermiza a aplicar la ley: cobardía, complicidad, corrupción?

 

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