Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

16 Mar, 2020

¿Por qué, por qué, por qué?

 

Una de las convicciones más comunes y prácticamente jamás puesta en duda, es la que tiene que ver con el papel que debe jugar todo gobernante: buscar en todo momento el bienestar de sus gobernados y sentar las bases para lograr un futuro mejor para ellos.

Es tan fuerte la aceptación de dicha idea entre la población que, por encima de las evidencias que la realidad le ofrecía, el expresidente Peña –en una declaración inusitada– afirmó que él no creía que un político-gobernante se levantara, cada mañana, con ganas de joder a México.

Sin poner en duda esa afirmación de Enrique Peña Nieto –y otras de índole similar, pero diferente fraseo–, ¿qué decir y hacer ante el gobernante que, por encima de las recomendaciones de especialistas y los datos que día a día se dan a conocer, insiste en una conducta irresponsable y de alto riesgo la cual, más temprano que tarde, pondría en peligro su salud y la de miles de sus gobernados?

Por otra parte, a la pregunta de arriba (¿Qué hacer?), agregaría otra de igual o mayor importancia: ¿quién debería hacerlo? ¿Acaso el Poder  Legislativo, en una especie de voto de censura o pérdida de confianza en su capacidad para gobernar o, sólo o en coordinación con aquél, debería también actuar el Poder Judicial?

Sea cual fuere la respuesta –dado que el texto de nuestra Constitución no incluye la incapacidad mental para gobernar como causal de destitución del titular del Poder Ejecutivo–,  ¿qué debe hacerse para detener el comportamiento irresponsable de éste? O, al no estar plasmada en la Constitución, tanto los otros dos Poderes como los gobiernos estatales y los Congresos locales junto con los ciudadanos, ¿deberían aceptar con estoicismo franciscano el único desenlace posible de una gobernación como la que hoy padecemos: el desastre en todos los aspectos de la vida nacional?

Hoy, la situación que enfrentan nuestros principales socios comerciales permite ver un serio problema económico, político y social el cual, además de representar un costo altísimo en lo económico-financiero para todos ellos, permite también pronosticar un periodo de inestabilidad política en algunos.

 

  •  ¿Qué haremos en México? Si nos atenemos a lo que vemos de parte del Jefe de Estado y Gobierno, todo parece indicar que aquella eventualidad está fuera de toda consideración.

Poco importa que nuestras actividades exportadoras se vean –y se verán todavía más– afectadas y en consecuencia, sufriremos una caída severa en el nivel del Producto Interno Bruto como en la creación de empleos formales y, por supuesto, en el monto de la captación fiscal.

 

  •  Todo lo anterior –entre otras consecuencias–, parece no estar entre las prioridades del gobernante y, menos, en las de sus funcionarios.

Lo único que parece importarles –si nos atenemos a los actos y dichos del gobernante y sus funcionarios– son los niveles de popularidad y la presencia mediática.

También, por encima de la prevención y protección elemental de la salud del gobernante, las giras y actos de proselitismo político no sólo no han sido cancelados como aconseja la mínima prudencia, sino que se ha ratificado su realización aduciendo razones de tipo político.

De ahí mi pregunta: ¿Por qué, por qué, por qué?

 

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