Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

22 Oct, 2020

¿Si a nadie le importa, tiene sentido seguir?

Una expresión común entre quienes de una u otra manera están relacionados con los espacios mediáticos, es la que usamos para identificar a éste o aquél de “líder de opinión”. Sin embargo, esto no es problema, sí la ingenuidad del así calificado quien, en el colmo de la soberbia, se ve como tal.

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Hace cinco o seis decenios, aquella expresión tenía cierta lógica pues reflejaba la influencia en la población de uno o dos personajes de la televisión, más allá de su presencia en otros espacios mediáticos. La pobreza tecnológica de la televisión —en aquellos tiempos—, no impedía la fuerte influencia que ejercía ya en una sociedad en proceso de urbanización donde, su oferta en materia de difusión de noticias era importante.

A medida que el problema de la tecnología fue reduciéndose y el número de canales creciendo, aquello de “lo dijo Jacobo” perdió relevancia al surgir otros actores y el ciudadano pudo informarse en otras fuentes. Los medios impresos fueron, con sus secciones editoriales, una competencia al medio que se había convertido —como resultado de su presencia masiva y la obsecuencia de los concesionarios ante el poder político—, en simple caja de resonancia de la palabra gubernamental y en no pocos casos —diría el clásico—, en fieles soldados del PRI.

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El mundo y la vida cambiaron, y no pocos se quedaron en la nostalgia que inmoviliza; en la que hace creer que se puede vivir siempre del pasado. La presencia de las redes sociales, junto con la masificación que no respeta prestigio alguno, mucho menos concede “liderazgos de opinión”, es lo de hoy.

En consecuencia, afirmar que éste o aquél es un líder de opinión o pertenece al grupo de los que marcan la agenda política del país, no pasa de ser hoy, un mal chiste. Ver y escuchar a los que desde “un programa de opinión” de escasa audiencia por lo aburrido, consecuencia lógica del lenguaje rebuscado de los que creen (sí, creen) que al usarlo “se ven inteligentes”, es un suplicio.

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Ante lo que va más allá del rechazo, pues lo que reina frente a esos programas es el nulo interés que despiertan por los temas tratados y el habla de quienes ahí pontifican, es obligado preguntarse si vale la pena seguir tocando dichos temas, tanto en esas “mesas de debate” como en los espacios que permiten las redes sociales y los recursos tecnológicos disponibles.

Debemos seguir tocándolos; ésos y otros similares. Mas ése no es el problema, sino cómo hacerlo de manera efectiva. Hay que dejar ese lenguaje rebuscado de términos incomprensibles para los más, y bajarse de la nube desde donde los intelectualoides nos hacen ver como ignorantes donde sólo ellos saben.

Esa forma aceda de hablar se enfrenta a la apatía del elector, más interesado en la suerte de Messi que en la salud de las finanzas públicas. Hay las excepciones de siempre; dos de ellas, dignas de mencionar: son la de Macario Schettino que con su dominio de los temas y su capacidad discursiva los hace accesibles a los más y la de Jorge Castañeda, que al dominio y lenguaje claro aúna irreverencias que atraen la atención de muchos.

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Diría Paco Zea: líderes de opinión hoy, ¡mis cataplines!

 

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