¿Está México listo para el siglo de las ciudades?

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Necesitamos poner la calidad de vida y el bienestar de quienes vivimos en las ciudades en el centro de un nuevo paradigma. Foto: Thinkstock
Necesitamos poner la calidad de vida y el bienestar de quienes vivimos en las ciudades en el centro de un nuevo paradigma. Foto: Thinkstock

Si vemos desde una perspectiva muy amplia los últimos 200 años de la historia de la humanidad, podemos notar cierto patrón. En el Congreso de Viena de 1814-1815, donde los embajadores de las cuatro grandes potencias de entonces –Austria, Francia, Rusia y el Reino Unido– y otros reinos redibujaron el mapa de Europa tras las Guerras Napoleónicas y en respuesta a todos los procesos que desató la Revolución Francesa. Con lo emergido de dicho Congreso se estableció la configuración política que dio inicio al siglo de los imperios, que terminó con la Primera Guerra Mundial, donde se dio paso al siglo de los Estados-Nación, que aunque nacen con el Tratado de Westfalia desde 1648, consolidan su papel como actores políticos centrales en la escena internacional durante el siglo pasado.

A raíz de la Gran Recesión de 2008 y la reconfiguración política y económica global, mucho se ha escrito y dicho sobre la caída de los Estados-Nación como centros del poder global –Moisés Naím tiene un gran libro sobre las transformaciones en la noción de poder que tuvimos durante el siglo pasado– y el surgimiento de las ciudades como actores centrales en el nuevo tablero internacional. Por ello no somos pocos quienes afirmamos que el siglo XXI será el siglo de las ciudades.

Decir que el siglo XXI será el de las ciudades va más allá del creciente y evidente proceso de urbanización que está viviendo el mundo en pleno 2015, con 54 % de la población global viviendo en ciudades actualmente –que llegará a ser 66 % en 2050– sino que hay distintas señales en los planos político, social y económico que dan cuenta de la mayor relevancia de las ciudades como actores centrales en el juego de poder internacional. La respuesta de una red de ciudades-refugio ante la crisis migratoria actual y el rol creciente que juegan los gobiernos locales en negociaciones como la COP21 son tan solo un par de ejemplos que ponen de manifiesto lo anterior.

Esta mayor relevancia de lo local, inserta en nuestro actual sistema económico que privilegia una mayor producción, ha provocado que pongamos la “competitividad” de nuestras ciudades como centro del paradigma para su “mejora”. ¿Cuántos índices de medición del desempeño de las ciudades no abusan del término “competitividad”, como si ésta fuera la panacea para solucionar los problemas que las aquejan? Ciudades competitivas que “maximizan productividad”, antes que garantizar un mínimo de bienestar; en un país donde la Secretaría de Estado encargada del desarrollo urbano es un premio de consolación para servidores públicos con mal desempeño.

Por ello, necesitamos poner la calidad de vida y el bienestar de quienes vivimos en las ciudades en el centro de un nuevo paradigma, tanto en el diagnóstico como en las acciones públicas y privadas a tomar en el presente y futuro; esto incluye la ampliación y garantía de nuestros derechos (humanos), un mínimo de oportunidades para todas y todos, y la resiliencia y capacidad de respuesta ante el cambio climático, entre algunos temas. No olvidemos que el siglo XXI no sólo será el de las ciudades, sino también el del cambio climático, que no tendrá retroceso en las próximas décadas ante los tibios esfuerzos de los países por reducir sus emisiones desiguales.

Pensemos en una habitante cualquiera de una gran ciudad, que debe madrugar y salir de casa muy temprano, desayunar de forma poco adecuada, pasar horas atrapada en un auto o en el transporte público, soportar la contaminación provocada por el smog y los cláxones; sin espacios o tiempo para el esparcimiento, y con espacios y horarios de trabajo poco adecuados. ¿Cómo podemos pedir que las habitantes de una ciudad sean más productivas o más competitivas si no garantizamos ciertos mínimos de calidad de vida?

Sin duda, los esfuerzos por modificar y mejorar las mediciones subjetivas de bienestar y felicidad son un primer paso –lo medible es mejorable–, con esfuerzos por parte de diversas oficinas de estadística nacionales e internacionales, como la recién presentada medición de bienestar subjetivo de INEGI o el Índice para una Vida Mejor de la OCDE. Estas mediciones son un primer avance que aprovecha las tecnologías de la información para la captura y análisis de los datos en este sentido, pero necesitamos acciones concretas que transformen esta información en realidades, que surjan tanto de los gobiernos como de la sociedad y el sector privado.

Sin embargo, las políticas públicas y privadas actuales en las ciudades mexicanas están aún lejos de promover ciudades habitables que estén preparadas para los retos que el siglo XXI plantea, especialmente ante gobiernos locales en otros países que están avanzando a pasos agigantados, gracias tanto a una mayor participación de sus habitantes como a la voluntad política de sus gobernantes. Si creemos que a nivel nacional México ha quedado a deber, a nivel local esa deuda se vuelve aún mayor.

No, no creo que las urbes mexicanas estén listas para enfrentar el próximo siglo de las ciudades, pero definitivamente estamos a tiempo de empezar a cambiar esta situación.

 

*gl

Aclaración:
El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista.
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