Edgar Amador

Edgar Amador

14 Ago, 2023

Dolores y dólares: larga vida al hip hop

El hip hop, el género musical más popular y vendido del mundo, cumple medio siglo en estos días. Su importancia económica es indiscutible, es un género que produce billones de dólares en todo el planeta. Es una industria en sí misma. De orígenes marginales, en los barrios afroamericanos de Nueva York, se ha impuesto como el género más rentable, y sus principales exponentes no dudan en convertir su fama en oportunidades de negocio, creando un modelo empresarial inusitado que bien vale la pena comentar aquí.

Los historiadores del género atribuyen a una pachanga en el Bronx neoyorquino, el 11 de agosto de 1973, en la que el maestro de ceremonias (MC), Kool Herc, sampleó un par de canciones e introdujo los efectos que hoy identificamos con el género, como el nacimiento oficial del hip hop.

En lo personal, fan del rock and roll, el hip hop me rechazó desde el inicio. Se me hacía vulgar y bandolero, a pesar de que algunos de los éxitos iniciales del género (por ejemplo, Funky Cold Medina) me divertían mucho. No entendí en su momento, por ejemplo, la importancia de 2Pac ni de su gran rival, Notorious B.I.G., los descarté como meros cantantes de la mafia que acabaron mal inevitablemente. No quise ver la historia detrás, de masas de jóvenes marginados por el éxito económico estadunidense debido a cuestiones de raza, de condiciones iniciales desfavorables y de cómo el éxito del género encumbraba a un puñado de talentosísimos jóvenes que presumían sus fortunas y su suerte creando tonadas irresistibles.

Fui aceptando algunas rolas, fue creciendo mi gusto por el género gracias a la calidad de artistas como Eminem, o Young MC, a la incorporación dentro del hip hop de clásicos de otros géneros (me gustó desde siempre el Walk This Way de Aerosmith con Run DMC). Pero el punto de inflexión fue cuando mis hijos adolescentes me explicaron e hicieron entender la complejidad y riqueza del género y su importancia cultural y musical. Hoy soy fanático, es uno de mis géneros favoritos. Lo disfruto enormemente.

El hip hop lo trae en los genes: al nacer sampleando canciones preexistentes tiene la capacidad de absorber e incorporar a los otros géneros de manera natural. Samplea rolas que vienen del rock and roll, de la música disco, del ranchero, de la samba y la salsa, el mismo reggaetón es una derivación natural de la misma matriz. Concebido en la capital económica y cultural del mundo, Nueva York, no es raro que el hip hop sea el género que con mayor facilidad y eficiencia incorpore a los otros ritmos y géneros.

Pero mi sesgo es inevitable: por supuesto que vamos a platicar también de la importancia económica del hip hop.

Empecemos por la actitud desfachatada de este género frente a la riqueza y el dinero, la cual contrasta con el recato y soslayo de los géneros anteriores.

Cuando los Beatles sacan El Sargento Pimienta… prego-
nando la paz y el amor mundiales, el genial Frank Zappa les responde cínicamente con un álbum con una portada irónica y un título descarado: We’re only in it for the money (Estamos en esto por dinero), espetándoles a los músicos más famosos del mundo su hipocresía respecto de la fortuna y la riqueza.

La de la música, como la del espectáculo, son industrias. Como la de zapatos, como la automotriz, como la de computadoras. La de la música es una industria en donde el criterio de la rentabilidad es el que dirige los contenidos y las tendencias. Una de las grandes aportaciones del rock and roll ha sido justamente la de cuestionar al sistema, desde dentro del sistema mismo. Desde John Lennon, pasando por Bob Dylan, Woody Guthrie, Patti Smith y Bruce Springsteen, este género fue el pionero global en avanzar críticas importantes al sistema económico.

Por eso el hip hop es tan interesante. Vive en los extremos. Prodiga a una de las bandas más radicales de la música popular, como Rage Against The Machine, o letristas profundos como Kendrick Lamar y, al mismo tiempo, produce a artistas tan vendidos al sistema, al punto del fascismo, como Kanye West.

El hip hop no tiene empacho en monetizar su éxito, a diferencia del recato con el que se conducían los otros géneros. Sus exponentes más famosos anuncian marcas, intercambian canciones por acciones, presumen sus éxitos empresariales en sus tonadas, al tiempo que critican al statu quo ganando millones. El hip hop es la contradicción ideológica y política andando, intercambiando los dolores por dólares sin empacho.

Pero esa contradicción es también lo que lo hace tan interesante en términos culturales y musicales. El hip hop refleja de manera desordenada, a través de canciones hipnotizantes y seductoras, la complejidad de la modernidad global.

El género tiene un pie métrico latino: el troqueo, favorable a lenguas monosilábicas como el inglés o el francés, y relativamente distantes de idiomas tan consonantes como el español. Por ello quizá el hip hop tenga exponentes franceses tan maravillosos como el genial Stromae o el magistral Soprano. Pero la plasticidad del género admite todos los idiomas, como lo demuestran los puertorriqueños de Calle 13 y su genial líder, Residente, los corridos tumbados o el fenómeno global que es Bad Bunny.

El hip hop florece económicamente en una era en donde los otros géneros no han sabido adaptarse. Para la industria de la música ha sido traumático pasar del disco al streaming, o a YouTube. El hip hop no tiene empacho en monetizar sus ideales en el show del medio tiempo del Super Bowl patrocinado por Pepsi. Es el género musical más rentable y financieramente más poderoso del mundo, pero al mismo tiempo, el musicalmente más plástico, dinámico y atractivo. Larga vida al hip hop.

 

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