Edgar Amador

Edgar Amador

17 Abr, 2023

La economía del corazón: el corazón de la economía

La desigualdad toma muchas formas. Una de las menos analizada es la asimetría que existe entre la población sana y los enfermos crónicos, en donde la primera termina, inevitablemente, por solventar fiscalmente el costo de los segundos. Esto se dificulta porque en nuestras economías modernas la principal causa de muerte son las enfermedades coronarias, las cuales son producidas en su mayoría por nuestros hábitos de consumo y esparcimiento. Existe sin duda alguna lo que podríamos llamar, la economía del corazón, y es un factor mucho más importante de lo que se sospecharía.

Partamos de un dato abrumador: la principal causa de muerte en muchas de las economías modernas son las enfermedades coronarias, es decir, aquellas producidas por la insuficiencia de sangre que fluye hacia el corazón debido a la oclusión de las arterias. La insuficiencia de sangre puede causar infartos o daños irreversibles al corazón, por lo que este rasgo médico es una variable de salud pública esencial.

Los factores genéticos explican sólo la minoría de los casos arriba descritos, pues la principal razón por la que recibimos menor flujo sanguíneo hacia nuestros corazones es porque lo que consumimos y nuestros hábitos de vida provocan que nuestras arterias se tapen y/o nuestros corazones se atrofien por no ejercitarlos.

Es decir, la principal razón de muerte en muchos países está ligado a decisiones económicas: qué consumimos; nuestra decisión entre trabajo y ocio; y en qué empleamos el tiempo libre.

La dieta de muchos de las economías modernas, sobre todo aquellas influenciadas por el patrón de consumo estadounidense, es excesiva en grasas (carnes y alimentos ultra procesados) y azúcares. Pregúntele a su médico, esta dieta es un enemigo mortal de su corazón.

Los economistas dirán que nuestra elección de consumo, en favor de una dieta excesiva en colesterol y azúcar es el factor que ha elevado de manera alarmante la incidencia de afecciones cardiacas. Los sociólogos afirmarán que la abrumadora incidencia de la industria alimenticia, armados de publicidad y una logística precisa que abarata los precios de sus productos y los hace fácilmente disponibles, inclinan a una parte creciente de la población a esa dieta.

Otros dirán incluso que las grasas y azúcares son adictivos y que la dieta industrializada en realidad es la respuesta a una estrategia deliberada de las grandes empresas por atarnos al consumo de sus productos.

Quizá la verdad se ubique en un punto intermedio entre la libre elección del consumidor y la manipulación deliberada de la industria alimenticia (factores culturales también deben de considerarse). Pero lo importante que debemos destacar es que la creciente incidencia de enfermedades crónicas, como las coronarias y la diabetes, son causadas principalmente por decisiones de consumo o conductas sociales. No por cuestiones médicas o biológicas. 

Somos personal y colectivamente responsables del crítico incremento de enfermedades crónicas en nuestras sociedades. El principal problema médico es resultado de nuestras decisiones individuales y sociales, no biológicas ni genéticas.

Y al caer en el ámbito social y económico el tema de la desigualdad es inevitable, y en este caso, reviste una dimensión muy complicada, pues la población sana tendrá una vida económicamente activa más productiva y larga que la población afectada por enfermedades crónicas.

En términos fiscales, la población sana será en promedio contribuyente durante un período más largo, y su retiro y cuidado médico en la vejez menos costoso para el presupuesto público que la población crónicamente enferma, dado el creciente gasto para el tratamiento de las enfermedades crónico-degenerativas, que son de difícil o imposible cura (como la diabetes), y que son de cada vez mayor prevalencia en nuestras poblaciones.

La economía del corazón gira alrededor de qué hacer para que el costo directo y fiscal del incremento de las enfermedades coronarias en nuestros países (México, con su muy grave problema de obesidad, se encuentra entre los más afectados) pueda ser solventado sin causar una pérdida importante de competitividad de las naciones.

Como todo en esta vida, en donde hay perdedores, hay ganadores, y las industrias médicas, de salud y del cuidado que dan servicio y proveen al sector que atiende a la población crónicamente enferma, tienen una perspectiva rebosante si no modificamos nuestros patrones de dieta y ejercicio a nivel individual y social para reducir la prevalencia de estas afecciones.

Pero para los gobiernos este es uno de los problemas más graves para los próximos años. Sin embargo, los economistas, concentrados en el año a año del presupuesto, no quieren discutirlo; y los médicos, preocupados por el abasto de hemodiálisis y medicamentos para controlar la presión arterial, no saben cómo plantearlo a quienes planean el presupuesto público. Pero el problema no se solucionará no hablándolo, y aunque nos resistamos tendremos que hacer algo pronto.

Porque, así como se logró convencer a todos de la necesidad de poner impuestos especiales a bienes cuyo consumo es dañino, como el tabaco y el alcohol, para que quienes lo consuman contribuyan a su remedio ulterior, debemos de entender que el consumo de la carne, las grasas y las azúcares deben de tener un tratamiento impositivo similar para ayudar a financiar los presupuestos de salud en el futuro.

Y por si a estas alturas de esta columna sospechaban que hubo un motivo para dedicarle a este tema la columna de esta semana, quisiera solamente agradecer a todo el personal del Hospital Ángeles de Insurgentes por sus atenciones hace unos días y reflexionar cómo incluso el más complicado de los problemas económicos y sociales se concreta en hombres y mujeres que se ayudan y conviven para buscar la felicidad.

 

 

 

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