Edgar Amador

Edgar Amador

2 Oct, 2023

Los inversionistas de bonos: como venado lampareado

Es muy difícil aceptar una pérdida. Para ello, las sociedades crearon religiones y rituales. De alguna forma debemos de transitar por el luto de una pérdida. Quizá por ello los mercados financieros han sido hasta ahora tan resistentes. Porque aceptar las pérdidas que millones de inversionistas deberán de enfrentar si las tasas de interés siguen subiendo y, peor aún, si ya no bajan a los niveles previos a la pandemia, será muy difícil. El dolor financiero de registrarlas sería insufrible. Por eso, quizá, hasta ahora, los inversionistas han tratado de negar lo inevitable.

En este espacio hemos sido muy insistentes, desde finales de la pandemia, en que el escenario de tasas de interés que había prevalecido en los mercados mundiales desde 2008-2009 hasta antes de la pandemia, era muy probable que cambiara de manera duradera.

El 19 de diciembre de 2021 escribíamos en este espacio: “La gran pregunta, ahora que la Fed se ha rendido a la evidencia y aceptado lo inevitable, subir la tasa de interés, es si la hará hasta el nivel en donde debería de estar, o si la economía, muy endeudada, soportará un incremento abrupto de los réditos. Incluso suponiendo que existe un componente transitorio en la inflación que estamos sufriendo, la tasa de interés neutral debería de estar en el rango de 3-5%, y no en cero”.

Casi dos años después, las tasas se encuentran, incluso, por encima de 5.0%, provocando que el mercado de bonos de largo plazo presente más de dos años consecutivos de pérdidas. Justo como lo advertíamos hace justo dos años, el 2 de octubre de 2021:

“Hay otra consecuencia. Como los precios de los bonos se mueven en sentido inverso a las tasas, aquellos que posean bonos (entre mayor el plazo, peor) podrían tener minusvalías severas dependiendo de la magnitud y la velocidad de la remontada de las tasas”.

La intención no es presumir que hemos tenido suerte en vaticinar lo que ocurrió después en los mercados. La suerte no se presume, se disfruta. Pero la intención es insistir en un argumento paralelo que hemos expresado aquí también de manera insistente. La intención es seguir neceando, porque, de verdad, quizá el escenario de tasas de interés en todo el mundo será muy distinto en los años por venir.

Y eso es muy importante.

Quizá la variable económica más importante sea la tasa de interés. No únicamente es el costo del dinero. También registra la perspectiva de los inversionistas a través de los distintos plazos, y es también el correo financiero entre las generaciones actuales y futuras. Es una variable muy compleja de estudiar y con alcances ignotos.

Las primeras dos décadas del presente siglo produjeron una venturosa confluencia de factores que permitieron una inflación bajísima, que les permitió a los bancos centrales más importantes ensayar un experimento de tasas de interés ultra bajas, incluso de cero o negativas, con el fin de impulsar el crecimiento económico.

La oportunidad fue propicia, tuvieron suerte, lo hicieron bien y funcionó. Y como al bajar las tasas los inversionistas de bonos ganan, esas dos décadas recientes fueron una fiesta inolvidable para quienes compraron bonos.

Pero al subir las tasas los bancos centrales, para contener el brusco repunte inflacionario, el efecto contrario operó y las pérdidas de los bonos han sido cuantiosas y dolorosas los últimos dos años. Han sido limitadas sin embargo, pues las tasas de largo plazo no han subido tanto como las de corto plazo, ante la esperanza de que la inflación cederá pronto y fuerte, y que volverán las épocas de inflación y tasas bajas.

Pero los datos recientes y la perspectiva del mercado cambiaron significativamente en septiembre, y los inversionistas están aceptando, con todo el dolor de sus portafolios que, quizá, las tasas de largo plazo no puedan bajar ni pronto ni a los niveles que tan felices los hicieron hasta antes de la pandemia. Están resignándose al hecho de que las pérdidas que acarrean en sus balances no se revertirán, y peor aún, que aún haya más pérdidas en el horizonte.

Las tasas del bono de 10 años y otros bonos de largo plazo han remontado a máximos de 2007, previos a la gran crisis financiera. Hay que recordar que, a diferencia de la inflación callada de aquellos años, hoy hay una inflación que aún no acaba de regresar a la guarida de la cual se escapó. Así que, quizá, las actuales tasas de largo plazo aún no sean las compatibles con una mayor inflación.

Los inversionistas de bonos no quisieron escuchar cuando se les advirtió que la inflación estaba repuntando. No escucharon cuando se les alertó que los bancos centrales subirían sus tasas de manera agresiva. No hicieron caso cuando se les avisó, con tiempo, que las tasas estarían altas por más tiempo.

O son sordos, o son tontos. O la magnitud de la pérdida acumulada, luego de comprar tantos bonos a tasas tan bajas, es tan severa, que están paralizados ante la inminente pérdida: como venado lampareado.

 

 

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