Edgar Amador

Edgar Amador

6 Nov, 2023

¿Pueden las finanzas salvar al mundo? No

No es descartable que la sorpresa y la violencia meteorológica que azotaron al puerto de Acapulco respondan al calentamiento global. Las estadísticas son irrefutables, la temperatura promedio del planeta crece constantemente desde hace décadas y cada verano implanta nuevos máximos de calor. Lo anterior es muy probable que esté detrás de la mayor frecuencia y fuerza de ciclones, huracanes y tornados. ¿Qué hacer?, ¿es demasiado tarde?, ¿pueden las finanzas salvar el mundo? No. Pero si pueden ayudarnos un poco.

Antes que científicos y meteorólogos sistematizaran el problema del calentamiento global, un economista inglés, de la era victoriana, había ya pensado cómo poder resolver el problema: mediante impuestos.

Alfred Pigou razonó que en toda producción de bienes se producen también males. Al producir un auto, por ejemplo, las minas de las cuales salen los minerales que se transforman en acero, devastan la tierra y la producción misma del auto emite contaminantes y desechos. Si el bien producido en el proceso tiene un precio, el mal que lo acompaña debe también tener un precio, en su caso un precio negativo: un impuesto.

Al producir y vender un auto, por ejemplo, el consumo y disfrute del mismo es privado, pero el daño que causa su producción y uso son públicos: todos padecemos la devastación de las mineras e inhalamos el carbono emitido por el escape. Quien la hace, la paga, dice el refrán: ¿cómo hacer que aquellos que contaminemos, paguemos el daño que hacemos?

De nuevo, a través de penas, multas o impuestos. Pero el problema es la medición: ¿Cuánto del daño que las minas hicieron y de la contaminación de la fábrica que lo armó tengo que pagar yo por comprar el auto? ¿Cómo sabría el SAT cuánto smog produzco al manejar? ¿Cómo me cobraría el impuesto correspondiente?

Los llamados impuestos pigouvianos son un concepto muy poderoso teóricamente, pero su instrumentación es harto difícil. ¿Y los cada vez más famosos bonos verdes?

Las finanzas, esa rama de la economía que se encarga de analizar los mercados y de diseñar mecanismos para financiar todo lo que hacemos, han ayudado a conseguir dinero para todas aquellas empresas y proyectos que causan el calentamiento global. ¿Podría a su vez ayudar a conseguir los recursos para salvar el planeta de su colapso ecológico y ambiental? Sí. Podría ayudar. Pero no es la solución al problema. Los bonos verdes son una solución subóptima al problema descubierto por Pigou. Si no podemos gravar los actos contaminantes, al menos incentivemos a aquellos que van a reducir la contaminación.

Los bonos verdes y de otros colores buscan tres cosas: privilegiar el financiamiento de aquellas actividades que reduzcan las emisiones de carbono; medir la reducción de las emisiones; y mediante el seguimiento durante la vida del bono de la reducción de emisiones, compromete a los emisores (públicos y privados) a tener plena conciencia de contaminar menos e incentivar aquello que contribuya a combatir el cambio climático.

La mayor responsabilidad para incentivar el mercado de bonos verdes debería de recaer sobre aquellos que más contaminan. ¿Quiénes son? La respuesta es fácil de dar, pero muy complicada de operar.

Si se habla de países la respuesta es inmediata: China, Estados Unidos, India y la Unión Europea, las naciones más pobladas y ricas son las mayores emisores de gases de efecto invernadero a la atmósfera, lo cual es la principal causa del calentamiento global.

Pero si queremos instrumentar una política, debemos de llegar al emisor de carbono concreto y allí es donde todo se complica.

Entre las industrias, la mayor emisora de carbono es, abrumadoramente, la energía, con tres cuartas partes del total; seguida de la agricultura, con cerca de 12 por ciento; las manufacturas, con seis por ciento; la basura, con tres por ciento,  y la deforestación, con tres por ciento también.

Entre las compañías, encabezadas por Saudi Aramco, las petroleras son las mayores emisoras de gases de efecto invernadero, así que, en ese aspecto, a un gobierno mundial, capaz de gravar a los emisores, no le sería difícil imponer un impuesto pigouviano a las petroleras. Pero no es tan fácil, cada país es distinto. Los republicanos en Estados Unidos, sólo como ejemplo, son financiados por los petroleros a cambio de una regulación laxa. Basta escuchar a Donald Trump.

Algo similar ocurre con la electricidad, donde los emisores son los grandes productores, quienes podrían soportar impuestos por contaminar, y repercutirnos a nosotros, los consumidores, una energía más cara... y eso ya no es tan fácil. La lucha contra el cambio climático implica mayores precios de la energía, y por esa vía, mayores precios en general.

Es más difícil incluso. Después de la energía, nuestra dieta moderna, rica en proteína animal, es la principal fuente de emisión de carbono. La crianza de res, puerco y pollo, y la generación del estiércol correspondiente, son de los mayores contribuyentes al efecto invernadero. Si queremos verdaderamente combatir el calentamiento global, deberemos de reducir drásticamente nuestro consumo de carne, y comer más frutas y verduras. No basta emitir más bonos verdes. No será tan fácil.

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