Edgar Amador

Edgar Amador

30 Oct, 2023

Tres riesgos posibles para no dejarlos dormir

Uno de los resultados de la pandemia fue una economía mundial extraña, que ha desafiado los esfuerzos por anticipar los ciclos que solían ser más o menos predecibles.

El rebote inflacionario iniciado en 2021 tomó por sorpresa casi a todos, luego vino la masa de economistas que pronosticamos una recesión económica inevitable, sólo para atestiguar un desempeño muy resistente del mercado laboral, la demanda de consumo y de inversión. ¿Qué riesgos son los más importantes, aunque no los más probables, para los próximos meses? Va aquí un ejercicio hecho con todas las precauciones posibles.

Cabe una salvedad: los riesgos aquí comentados son los más peligrosos, pero no necesariamente los más probables. La razón es que durante los últimos 20 meses las probabilidades han sido decepcionadas. La economía ha sorprendido a todos por su resistencia, por la durabilidad de su expansión, por la resistencia de sus mercados y por la estabilidad financiera de sus bancos, a pesar de todo.

Dado lo difícil que ha sido asignar probabilidades a los distintos escenarios, los que se comentan a continuación no son necesariamente los más probables, sino los que más riesgos implican.

La estanflación: el escenario menos deseable de todos los posibles es que las economías finalmente respondan al alza de tasas de los bancos centrales, arribando a una recesión, pero que los choques de oferta y la inercia provoquen que la inflación no ceda hacia los objetivos, y que las familias y empresas modifiquen sus expectativas esperando una inflación permanentemente por encima de las metas.

Los datos recientes de los Estados Unidos, por ejemplo, que muestran repuntes tercos de la inflación y la dificultad para que ésta regrese a los niveles previos a la pandemia, preocupan en ese sentido. La inflación está siendo más terca y alta de lo que se pronosticaba, en buena parte debido a la inesperada resistencia de la demanda y el empleo.

La estanflación es el peor escenario para todos: el desempleo sube, pero la inflación no cede. Los bancos centrales con mandato dual, por ejemplo, no saben si subir tasas para controlar la inflación o bajarlas para estimular el empleo. Los gobiernos no saben si controlar sus déficits o expandirlos. Históricamente, lo que ha ocurrido ante la estanflación es que se adopta una medicina amarga: apretar fuerte la demanda para romper la inercia inflacionaria, a un costo muy alto para el empleo.

La recesión (final, e inevitablemente) llega, algunos años de analizar distintos países han dejado una lección: en economía no existen los milagros, más tarde que temprano las cosas caen por su propio peso. ¿Por qué los Estados Unidos, a pesar de pasar por el alza de tasas más abrupta de los últimos 40 años no nada más no ha caído en recesión, sino que parece acelerarse?

La respuesta quizá sea que el mercado de bonos de largo plazo, por un conjunto de factores, no había reaccionado hasta ahora con la misma agresividad que las tasas de corto plazo. Pero eso cambió entre agosto y mediados de octubre de este año, cuando la tasa líder del mercado, la de diez años, se trepó más de un punto porcentual, superando la marca de 5.0% por primera vez en 16 años.

¿Ha cambiado algo en el mundo? Por ejemplo, ¿un nuevo nivel de déficit fiscales por todas partes está sosteniendo la demanda por consumo e inversión a pesar de las tasas más altas? ¿Es eso (u otros factores) tan fuerte, que ha cambiado la causalidad entre tasas altas y ciclo económico? No creo. Llegará un nivel de la tasa de interés de largo plazo en Estados Unidos (quizá cerca del seis ya) que provoque lo que las tasas altas han ocasionado desde siempre en las economías modernas: una recesión económica.

La economía no frena, pero la inflación no cede: que la economía siga así, como hasta ahora, es un riesgo delicado. La economía resiste, como hasta ahora lo ha hecho, pero la inflación no cede, no converge hacia la meta de los bancos centrales, como hasta ahora ha ocurrido.

Parecería un mal menor; la inflación ya bajó de sus picos, aunque no se reduzca a los niveles previos. Parecería ser un costo menor dado que el empleo sigue boyante y el consumo vívido. Hay un pero: la inflación acumulada ya es muy pesada, lo que han subido los bienes y servicios de 2020 a la fecha ya es bastante, y los ingresos familiares no se han empatado con esa alza. La inflación moderada es como la presión arterial, parece que se puede vivir con ella sin mucho problema, hasta que un día la acumulación de sus efectos produce una crisis cardiaca, un derrame cerebral, un colapso o una hemorragia incontenible.

Así la inflación. La acumulación de incrementos en los precios de la gran mayoría de bienes y servicios durante tres años está produciendo ya distorsiones en la distribución del ingreso, en la distribución de la inversión entre los distintos sectores económicos, en el bienestar de las familias. Como no es hiperinflación no dispara las alarmas, pero acostumbrarnos a una inflación “moderadamente” por encima de las metas es un hábito peligroso que no debemos de adoptar.

 

 

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