Edgar Amador

Edgar Amador

10 Abr, 2023

Vicente Guerrero viaja en el Tesla de Elon Musk

El territorio que hoy conocemos como México no es ajeno a la globalización. Podría decirse incluso que la llevamos en los genes. México fue el primer territorio en conectar al Atlántico con el Pacífico, tres siglos antes que los Estados Unidos se convirtieran en la potencia marítima del mundo. Vicente Guerrero, nuestro primer presidente multirracial, no puede explicarse sin la globalización: arriero del camino que conectaba a China con Europa a través de la incomparable bahía de Acapulco. Vale la pena ahora que el nearshoring está de moda, recordarlo: la globalización no es ajena a estas tierras.

Es más, ha sido una constante histórica. Incluso desde el punto de vista biótico, Mesoamérica ha sido una provincia de transición entre los dos grandes bloques americanos, la provincia natural de nuestro país configura una de las pocas zonas mega diversas en flora y fauna del mundo.

Tanto en sentido norte-sur, como este-oeste, México es una zona que conecta, palpitando en el corazón de la globalización. Un país que se estrecha entre los dos mayores océanos del mundo, en donde se asientan las economías y los ejércitos más grandes del mundo. Ser parte de la conexión con el mundo es parte de nuestro destino inevitable: si no fuera por el altiplano.

El problema con los mapas es que nos muestran el mundo desde arriba, porque si lo viéramos de ladito México sería muy distinto: dos delgadas llanuras costeras y en medio una meseta altísima y vasta, en donde la poderosa capital se encuentra en un valle endorreico a 2,200 metros sobre el nivel del mar, a donde es necesario subir víveres, agua, gente, y mercancías para poder alimentar una población similar a la que tienen todos los países nórdicos juntos. Por dar un ejemplo.

Porque el destino nunca pone las cosas fáciles, la envidiable latitud y longitud geográfica mexicana se complica por un hecho fundamental en nuestra historia: somos una nación de montañeses. Las sierras y cordilleras atraviesan el corazón de nuestro país, con la inmensa mayoría de los mexicanos habitando a una altura superior a los 1,500 metros sobre el nivel del mar, lo cual quiere decir que para llevar mercancías de un mar a otro es necesario trepar unas montañas endiabladas, subir hasta una extensa meseta y bajar por cañadas, barrancas y precipicios hasta llegar al mar del otro lado del continente.

El único punto por el que es posible atravesar el continente del Atlántico al Pacífico sin tener que escalar montañas y cordilleras es por su punto más extenso, de tres mil kilómetros de ancho, por el norte, pero allí una barrera horizontal y ardiente lo impide: los desiertos.

Vicente Guerrero conocía estos desafíos: arriero por los caminos del sur subía y bajaba mercancías del Pacífico al Altiplano, formando parte del primer gran camino de la globalización: la ruta de la Nao de China, que conectaba al Imperio Celestial de los Xin, con Europa, a través del Pacífico, la floreciente y única Ciudad de México, el Puerto de Veracruz, y el crucial puerto de Sevilla.

Es un enigma cómo, tras la derrota de Morelos y las apabullantes victorias de Calleja, el ejército de Vicente Guerrero haya podido resistir, casi en solitario, los embates de la corona española. Los historiadores coinciden que fueron sus dotes de arriero y su conocimiento de la ruta comercial que conectaba China con Europa, lo que lo ayudó a sobrevivir hasta concretar la independencia del país.

La encrucijada de la globalización ha puesto a México siempre en medio. Junto con la riqueza minera fue uno de los factores que hizo al virreinato de Nueva España una de las naciones más ricas del mundo en su momento. No es la primera vez que enfrentamos un momento como este, y no es la primera vez que lo aprovechamos a nuestro favor: en el virreinato, en el período de entreguerras. Y ocurrirá de nuevo.

El nearshoring es una nueva forma de designar de otro modo, lo mismo: la característica particular de nuestro territorio de estar en el nodo del comercio y la economía global. En el siglo XVI fue el primer puente entre la China del Pacífico y la Europa atlántica, hoy nos toca ser la frontera sur del mercado más grande del mundo.

Cuando los historiadores describen a Vicente Guerrero como un arriero, no son del todo preciso. Su familia era afluente por lo que la condición financiera del consumador de nuestra independencia no era estrecha. Era un empresario que supo aprovechar su condición de estar en la ruta de la Nao de China.

Si a alguien podemos identificar ya como el logo del nearshoring es al segundo hombre más rico del mundo, al famoso y controversial Elon Musk, quien, contrario a quienes sostienen que las condiciones para invertir en México son retadoras, decidió establecer aquí su mayor planta de producción de automóviles. La elección de Monterrey no es casual por supuesto.

Como decíamos anteriormente, la inmensa mayoría de los mexicanos somos montañeses: la altitud promedio de nuestro país es de 1,111 metros sobre el nivel del mar, comparado con los 1,350 metros de Suiza, el país montañés por antonomasia, o los 763 metros de los Estados Unidos, un país intensamente marítimo.

Monterrey es la mayor ciudad mexicana que no está en el altiplano. Sus 538 metros de altitud facilitan sus comunicaciones con la economía del norte y la convierten en un nodo logístico y financiero de este nuevo momento económico. Pero regiones como Tijuana y la Baja norte, Ciudad Juárez, Reynosa y Matamoros, o incluso más adentro de las fronteras podrían aprovechar el cambio sísmico en el comercio global conocido ahora como el nearshoring, como en su momento y lugar lo hizo Vicente Guerrero.

 

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