José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

20 Sep, 2019

Propaganda, censura y autocracia

Es cada vez más evidente que cualquier gobierno que pretenda ser exitoso requiere de una gran habilidad para comunicarse con la población para venderle su mensaje, aunque no haya el menor sustento tangible para lo que afirman sus líderes o se trate de puras fantasías y falsedades.

Esta forma de propaganda, cuando ha sido bien manejada para manipular a las masas, como en la Rusia soviética desde su incepción, en la Italia fascista de Mussolini —mentor y modelo del presidente Calles (1924-28)— y con los nazis en Alemania, consiguió “lavarle el cerebro” a la mayoría y crear gigantescas utopías.

La hermana gemela de la propaganda es la censura a todo lo que intente disputar la verdad oficial.

Por ello, resulta básico para la supervivencia del régimen autocrático suprimir la crítica mediante el control de los medios de información, de los comunicadores independientes y aun de lo que los ciudadanos, en general, dicen o comentan públicamente.

Mientras que la propaganda exalta hasta la saciedad los “logros” del autócrata, la censura se encarga de chantajear a los medios para eliminar a sus peores críticos, mientras que los aparatos de propaganda oficial se expanden en manos de aliados leales al régimen, hasta lograr eliminar las voces hostiles.

Este esfuerzo por crear una realidad alternativa que se convierta en la única verdad requiere de la reiteración ad-nauseam de las mentiras del autócrata, aunque no haya evidencias que las sustenten o, peor aún, los hechos confirmen lo opuesto. Todo es un gran teatro del engaño.

La simbiótica hermandad de propaganda y censura tiene como fin último acumular un poder sin contrapesos en manos del poderoso líder, y consolidarlo una vez conseguido, lo que requiere hacer una cuidadosa labor de demolición de las instituciones y preceptos legales diseñados justo para atomizar el poder.

Es portentoso cómo el montaje cotidiano de una realidad alternativa corrompe instituciones y personas que antes de la ola demagógica operaban con base en principios doctrinales radicalmente opuestos a los del nuevo dogma propagado por los autócratas.

Uno de los más notables ejemplos de este fenómeno se encuentra en la radical transformación que sufrió el Partido Republicano en Estados Unidos, que, antes del abordaje del bufón Donald Trump sustentaba como sus principios básicos un gobierno acotado, finanzas públicas sanas y libre comercio global.

Igual de sorprendente ha sido que legisladores de ese partido, que defendían con denuedo sus principios fundamentales, se hayan convertido en obsecuentes aplaudidores del aspirante a tirano, de ignorancia total, que miente todos los días y que se esconde tras un demagógico discurso que refuta esos preceptos y propone lo contrario.

Lo más grave de regímenes como éstos es que la demolición efectuada puede cambiar, para mal, la trayectoria de países por mucho tiempo, pues la simiente demagógica no desaparece cuando lo hace el autócrata, como queda claro en el caso de Argentina y su funesto peronismo medio siglo después de muerto Perón.

¿Podría ocurrir algo así en México?

 

Síguenos en Twitter @DineroEnImagen y Facebook, o visita nuestro canal de YouTube