Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

13 Mar, 2024

El momento de la verdad

                                Éste es el momento de decir la verdad
                                                            y enterrar las mentiras.
                                                 Aquí hay una verdad simple:
                                              no puedes amar a tu país sólo
                                                                           cuando ganas.

                                                                                   Joe Biden

Cada cierto tiempo, en países democráticos occidentales, parece que la pasión destruye a la razón. Los gobernados, cansados de soluciones racionales a viejos problemas, buscan líderes narcisos que nos hacen escapar de la realidad con base en las emociones. El problema es que, una vez que la magia y el drama desaparecen, con él se lleva el telón de la fantasía y las falsas promesas del líder omnipresente. Se desenmascaran las corruptelas, el derroche de dinero y la improvisación.

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Los que antes apelaban a las emociones más bajas del público y las promesas exageradas para ganar el poder, ahora tienen que transformar sus narrativas para justificar el fracaso. Cuando se les cuestiona, siempre hay una respuesta. La culpa no es de ellos, sino de los demás; aquellos que no quieren la “transformación”, la “revolución”, la “quinta República”, la grandeza de América (o cualquier otra denominación que nombre a su proyecto). Siempre hay un complot de los extranjeros, los organismos internacionales, la oligarquía y de los opositores. El líder siempre posee la verdad, aunque sea con otros datos inverificables.

Como en una novela épica, estos líderes carismáticos no surgen del vacío; forjan su camino en el fervor de sus seguidores. La fidelidad ciega y la devoción son monedas de cambio para estos seguidores, siempre que los hagan sentir bien. Bajo esa óptica, al lector racional le cuesta trabajo entender por qué estos líderes triunfan, engañan e hipnotizan sin tapujos a sus seguidores. El 6 de enero de 2020, Donald Trump intentó impedir la toma de posesión pacífica de su sucesor. Aun así, será el candidato republicano a la Presidencia de EUA y, con alta probabilidad de ser presidente de nuevo a finales de este año. López Obrador intentó sabotear el proceso democrático en 2006 y 2012. Sólo cuando ganó en 2018, reconoció el triunfo. Los dos gobiernos generaron dramas y errores continuos, aunque con la diferencia de que las instituciones de EUA fueron más fuertes ante el poder presidencial. Aun así, los electores los siguen apoyando.

La razón es sencilla: el drama que generan crea emociones tribales en el electorado. Es la narrativa del ellos contra nosotros. Los que no quieren que México o América sean “grandes otra vez”, son insultados. Además, en el caso de países como México, el reparto de dinero sin condiciones genera una bonanza artificial. El problema es que, con estos liderazgos, la cultura democrática sufre por décadas.

Con su desdén por la ley, el daño es duradero. Se pintan a sí mismos como héroes mitológicos, por encima de los mortales y, por lo tanto, de sus reglas. Viven según un código de “haz lo que digo, no lo que hago. El narciso polarizador es popular, pero destructivo. Usan las leyes y las instituciones a su modo siempre que no interfieran con su ego.

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Por ello, este año electoral es crucial para México y Estados Unidos. Dos países que, con características diferentes, han sufrido el mismo mal. En junio y noviembre de este año elegiremos entre la verdad o la engañosa emoción. Será momento de decidir.

 

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