Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

6 Jul, 2022

La molestia de Biden

Para el gobierno de Joe Biden, la relación del embajador Ken Salazar con Andrés Manuel López Obrador puede ser contraproducente. Así lo describe un artículo publicado ayer por el The New York Times (nyti.ms/3If4eyu), donde varios funcionarios del gobierno de Estados Unidos señalan cómo la cercanía del embajador con el presidente López Obrador puede contravenir los intereses de ese país en México. La historia describe cómo el embajador ha cuestionado, incluso, el resultado de las elecciones presidenciales de México en el 2006 —un punto de dolor y narrativa de López Obrador—, cayendo así en varias contradicciones con la política de su propio gobierno. 

El artículo hace entender que la permanencia del embajador es perjudicial para su misión diplomática: sin embargo, para poder entender la posición ambivalente del embajador Salazar y su complicada relación con López Obrador, es importante remontarse a los orígenes y complicaciones que ha generado el gobierno mexicano ante las inversiones y diplomacia estadunidense. 

Antes del inicio del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, ya surgían señales preocupantes para la relación binacional. 

 En un acto de capricho, se canceló el nuevo aeropuerto de Texcoco, afectando el transporte aéreo binacional y las expectativas de inversión. 

Más grave aún, el Presidente encabezó la diatriba nacionalista en contra de todo lo que oliera a extranjero en el sector energético y bloqueó las inversiones encabezadas por empresas de Estados Unidos en México. 

Esto significó que el flujo de gas en ductos binacionales fuera detenido temporalmente, las inversiones en combustibles fósiles bloqueadas, rondas de exploración de petróleo canceladas, hasta inversiones en energías renovables asediadas por la falta de permisos. 

 El tema quizá central de todo ello es que el presidente López Obrador nunca se ha entendido con los demócratas, con Biden y su gobierno. 

Curiosamente, un gobierno que se dice de izquierda no ha podido dialogar con otro de centro-izquierda. En cambio, tuvo buenos acercamientos con el gobierno de Donald Trump, caracterizado por los ataques constantes a nuestro país, a los migrantes y al propio López Obrador. El tema fue tan evidente y tenso que, cuando Joe Biden ganó las elecciones presidenciales, López Obrador tardó 38 días en felicitarlo formalmente. 

Todo ello se ha traducido en una molestia constante —pero velada en canales diplomáticos— del gobierno de Estados Unidos. Ante ello, el embajador Salazar ha tenido que lidiar con un gobierno complicado, lleno de contradicciones, centrado en el ego de un gobernante autocrático que no cree en la relación estratégica de ambos países. 

 En esa constante contradicción, para quedar bien con la narrativa de López Obrador, ha tenido que hacer concesiones narrativas que contrarían la postura institucional de su gobierno y lo meten en problemas. 

 Detrás de cámaras y reflectores, el gobierno de Joe Biden ha metido presión al gobierno mexicano a través de declaraciones de sus funcionarios y acciones regulatorias. 

Entre ellas, la vigilancia del cumplimiento de leyes laborales previstas en el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), el mantenimiento de la Categoría 2 en seguridad aérea y muchas más. 

 Lo cierto es que, de seguir por esta ruta, la molestia se convertirá en una espiral de más acciones de presión que no convienen a ambas naciones. Ello, independiente de las declaraciones del embajador. 

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