Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

10 Ene, 2024

Radicalizar la transformación

En México, los políticos prometen transformaciones profundas en cada elección, pero la realidad de gobernar a menudo modera esos impulsos. La Presidencia es la acumulación gradual de decisiones pasadas; lo que se siembra en un mandato puede germinar mucho después de dejar el poder. Sin embargo, el deseo de “transformar” acelerado llevó a algunos a sacrificar esa gradualidad política y al país.

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En tiempos de Venustiano Carranza, cuando el país se encontraba en una encrucijada de ideologías, a pesar de haber calmado a sus rivales, la convención Constituyente de 1917 vio cómo los radicales superaron las propuestas moderadas de Carranza. Muchas de esas “transformaciones” marcaron a México por generaciones. Algunos de estos cambios dejaron legados de retroceso disfrazado de progreso. La reforma agraria, el sindicalismo oficial y las nacionalizaciones fueron populares, pero sumamente costosas.

México ha navegado entre corrientes liberales y socialnacionalistas, evolucionando de una nación introspectiva y petrolizada a una más abierta y diversificada. De mirar al pasado para definir su futuro, México comenzó a vivir el presente con la mirada en lo que vendrá. Pero hoy, hay signos de regresión hacia el nacionalismo populista, donde lo privado y lo extranjero son vistos con recelo y se perciben enemigos.

Las políticas económicas liberales, aunque imperfectas, están siendo desechadas en favor de una visión nostálgica. La historia nos enseña que la precipitación por implementar cambios radicales puede conducir a crisis económicas, como sucedió bajo Echeverría y López Portillo, y como parece estar sucediendo de nuevo.

Al final de este sexenio, las decisiones económicas y la politización de las campañas reflejan esta tendencia a la radicalización. El gasto público en proyectos cuestionables, la monumental deuda de Pemex, el incremento de la deuda pública y la desaprovechada oportunidad de inversión extranjera debido a la tensión entre Estados Unidos y China, son claros ejemplos. Además, el líder actual aspira a desmantelar el sistema jurídico liberal establecido desde 1917.

Los más recientes eventos así lo demuestran: en discursos de plaza, el Presidente anunció hace unos días que desmantelará el sistema de ahorro para el retiro porque fue creado por un presidente “neoliberal” (Ernesto Zedillo). Quiere volver al sistema estatizado e ineficiente del pasado ideológico, donde el gobierno pagaba pensiones equivalentes a sueldos completos a trabajadores retirados en menoscabo de las finanzas públicas y el país. En la Suprema Corte, implantó a una ministra radical totalmente alineada al gobierno —no a la Constitución—, para que deje de incomodarlo.

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Las consecuencias de estas decisiones apresuradas podrán dejar frutos amargos para México. En 2024, con un Presidente que ejerce como jefe de campaña de su alianza política radical, de perder las elecciones, no aceptará una derrota electoral y tirará las instituciones sobrevivientes por la ventana. Además, se suma al riesgo de un Congreso fragmentado y una posible inestabilidad institucional sumada a las decisiones apresuradas como la destrucción de las afores.

La radicalización de hoy podría ser la semilla de los problemas de mañana, un eco de la historia que México conoce demasiado bien.

 

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